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Cuando se huía asustado; se decía que salió como el perro que tumbó la lata/Foto: Internet

Tumbar la lata

En el batey contaban que los primos Alberto y Roberto entraron sigilosamente un mediodía a la cocina de la abuela María para comerse el dulce de calabaza china que ella enfriaba en la alacena. Fueron tan torpes, sin embargo, que la fuente cayó con estrépito y tuvieron que salir como el perro que tumbó la lata.

De esta situación salieron como pudieron, porque la abuela los atrapó por las orejas en la puerta y los hizo regresar al lugar del crimen para recoger una por una las endurecidas y almibaradas tajaditas.

El tío Juan, que, además de maestro era tremendo fabulador, aseguraba a la chiquillería que el dicho se remontaba a bélicas en que el vecino Marcial tenía una jauría de perros satos muertos de hambre, cuando un día uno de aquellos tumbó al suelo la lata del sancocho.

Enfurecido porque el caniche le derramara la comida de sus puercos, lo persiguió por todo el batey. Pudo ser cierto o no, pero lo del perro que tumbó la lata pasó a significar entre nosotros toda bellaquería sorprendida in fraganti.

Pipito Colondrés, el galán del batey que se las daba de semental, tuvo que salir un día como el perro qué tumbó la lata cuando, al pie de la ventana de don Valentín, este lo esperaba, machete en mano, y no la muchacha que se pensaba robar.

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