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Antaño la mayoría de las mujeres aprendía a tejer / Foto: Internet

Tejedoras

A la tía Josefa; única hembra de una camada de siete hermanos varones; no le permitieron nunca corretear por los matorrales, montar a caballo y, mucho menos vagabundear por arboledas y guardarrayas con la machanguería del batey de su misma edad.

Tampoco pudo hacerlo cuando su madre murió durante el último parto. A partir de ese momento, la huérfana rodo por las casas de la parentela, en las cuales las señoras tías políticas, cada una a su turno, quiso hacer de ella una señorita de provecho.

Para suerte de la futura tía Justina, la criaron Luisa y Caridad, dos estrictas tías con suficientes conocimientos de corte y costura y que, sobre todo, eran las mejores tejedoras de la comarca. Se embulló tanto, que, de inmediato cogió hilo y agujetas y dejó volar su fértil imaginación.

Comenzó tejiendo para ella misma y para la familia que la acogía. En pocos años tejió manteles, paños, tapetes; abrigos y todo cuanto se le presentó hacer. Hasta las muchachas casaderas del batey le encargaban parte de si ajuar.

Tanta tejeduría no contribuyó en nada a propiciarle un feliz matrimonio, Al trovador Trujillo, el único pretendiente que se le conoció, parece que no lo impresionaron demasiado sus habilidades de Aracné, porque, aunque le prometió villas y castillos, un día levantó la pata y nunca más se supo de él.

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