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La anécdota del supuesto ganadero de la comarca se escucha todavía hoy / Foto Internet

Ganadero sin vacas

Con el tiempo, la mitomanía obsesiva del primo Lucrecio pasó a integrar; indudablemente, el patrimonio inmaterial de los comarcanos. Rara era la ocasión en que en alguna reunión familiar no se comentaran algunas de sus mentiras más célebres.

Durante una de sus frecuentes visitas a la ciudad recaló sin proponérselo en el restaurante del Hotel Sevilla, en el cual se ofrecía un almuerzo a los miembros locales de la Asociación de Ganaderos. Nuestro embustero se hizo pasar de inmediato por dueño de fincas y hasta presumió públicamente de la cantidad de reses de las que disponía.

Aquellos ricachones estaban puestos para su negocio, por lo que hicieron poco caso del hablantín, quien, dicho sea de paso, poseía un pico de oro y gran facilidad para inventarlas en el aire. Hablaba con displicencia a sus vecinos de mesa del lote de ganado que pretendía vender por esos días y ofrecía ventajas al posible comprador.

Entre aquellos avezados ganaderos hubo un incauto que demostró su interés en la oferta de Lucrecio, e incluso concertó con él mandar una rastra para cargar el lote de reses que el otro socio le vendería. Entusiasmado con su impostura, el mentiroso primo hasta ofreció, sin pensarlo mucho, sus datos personales y la dirección para localizarlo.

Varios días después la gente vio llegar al pueblo una enorme rastra que venía a cargar el ganado que supuestamente Lucrecio iba a vender. Tanto el comprador como el rastrero preguntaron dónde podrían encontrar al incógnito vendedor. Cuando alguien les dijo que Lucrecio era un muerto de hambre y un redomado mentiroso, estuvieron al borde del infarto. Por supuesto, el embaucador se guardó muy bien de aparecer.

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