Ana Miriam Mazón, graduada de Comunicación Social en Cuba, descubrió a los ocho o nueve años de edad que Papo, el sobrenombre de Rafael Pérez, no era su abuelo biológico.
Él conoció a su abuela Ana Lorenza cuando su mamá Anilia y su tía Mariela eran pequeñas y desde entonces asumió la familia como propia, incluso, el dolor de perder a un hijo en común, fallecido a los pocos días de su nacimiento, consolidó ese amor, materializado en cinco décadas de matrimonio.
Apodado como «Felito, el rey del brillo», por su oficio como lustrador de zapatos en su natal Guantánamo, provincia ubicada en el oriente del país a 930 kilómetros de La Habana, Pérez acudió a la Sierra Maestra, a los 14 años de edad, para luchar contra la dictadura de Fulgencio Batista (1952-1958).
«Él siempre ha sido una de las personas más importantes en mi vida, está presente en todos mis momentos significativos, es mi príncipe y mi primera y última llamada del día. No me limito para demostrarle mi amor en redes sociales y en la cotidianidad», contó a Prensa Latina.
Sufrió dos infartos cuando era niña, expresó, y las dos veces recibió la noticia vestida de amarillo, entonces nunca más lució ropa de ese color: «me preocupa mucho cuando le pasa algo y estoy feliz de que con 82 años todavía esté a mi lado, tengo 31 años y soy su nieta malcriada».
Mazón lo describe como un abuelo muy emocional, sobre todo, en situaciones vinculadas a episodios simbólicos de su existencia, entre ellos, una operación de garganta o la graduación de la Universidad de La Habana.
La joven, quien labora como jefa de Comunicación en la mipyme Dofleini, valoró la pertinencia del nuevo Código de las Familias, cuya versión 25 se someterá a la aprobación popular mediante referendo el próximo domingo, en 21 mil colegios electorales del territorio nacional.
«Me alegra que, finalmente, las personas como mi abuelo tengan derechos y estén amparadas por un documento legal que les otorgue la posibilidad de convivir, influir y acompañar a sus seres queridos y, ante situaciones como el divorcio o una separación, apelar a esas herramientas», puntualizó.
Es también, a su juicio, un documento moderno que contribuye al respeto y reconocimiento del papel de los adultos mayores, un segmento población muchas veces olvidado o relegado a un segundo plano a nivel internacional, como formadores de la familia y los sistemas sociales.
Para Ana la responsabilidad parental trasciende los vínculos sanguíneos, el compartir un apellido o aparecer en un acta de nacimiento e indicó que, entre sus allegados, los ancianos fungen como los «jefes» y guías de las generaciones más jóvenes, principios transmitidos además a su hija Abril de tres años de edad.