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La semilla que ilumina la patria

Era la modestia la cualidad que mejor retrataba a Celia Sánchez Manduley. Hablar de ella es pensar en su enraizada lealtad a la revolución, en su alegría de vivir, en su constancia y devoción por las causas justas.

Mujer singular, de una valentía física a toda prueba y de un total coraje al expresar y mantener sus opiniones, tenía diálogo convincente y exponía sus pensamientos con tanta claridad que las ideas le brotaban de forma natural, sencilla y clara.

Quienes la conocieron cuentan cómo se les fue de las manos a los esbirros de la tiranía.

Al escapar, incluso, le disparan, pero no lograron amedrentarla, porque ella sabía lo que representaba para el Movimiento y para la lucha en la Sierra Maestra.

Se escondió en un marabuzal y fue rompiendo espinas para que no la vieran.

Después tenía fiebre por la enorme cantidad de espinas que se le clavaron en la cabeza, en las manos, en los brazos, en todo el cuerpo.

Aquella sensible mujer ostentaba especial condición para atender los asuntos humanos. Cumplía gran cúmulo de tareas y lo hacía con extraordinaria sencillez, pues tenía la capacidad, o la virtud, para trabajar tanto y en tantas cosas a la vez, que pareciera cosa sencilla y fácil.

Hoy Celia Sánchez Manduley es historia viva. Su diminuta, frágil pero a la vez enérgica figura la encontramos en plazas, museos, hospitales, escuelas o cuanta obra social se construye en el país.

Las apenas cinco letras de su nombre también está perpetuado en las niñas, que alegres y vivarachas, nacen bajo la cobija de un sueño realizado.

Ella está presente en cada mujer de estos tiempos. Esa que rebelde, femenina, gallarda, fiel, esparce semillas para iluminar la patria.

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