El día en que, dejándola con cinco vejigos chiquitos y un bohío con tremendas ganas de caerse, Juanita Mendieta corroboró que su hombre se le había escapado con la descarada de Micaela. Sintió que; de repente, la tierra se le unía con el cielo. Fue entonces que descubrió, asomada al ventanuco de la cocina, al feo rostro del hambre, y sintió escalofríos.
Como los arrapiezos de sus hijos miraban con incertidumbre el futuro tan incierto que se abría ante ellos, en ese instante Juana decidió no tirarse a morir y sacar adelante ella sola a la familia que le quedaba. Recordó que el conuco disponía de un extenso platanal, del cual podría vivir un tiempo.
La imagen de Juana montada en un carretón lleno hasta el tope de racimos de plátanos fruta y vianda se hizo cotidiana en el batey. Ella surtía mercados y bodegas en el pueblo; pero también vendía a los vecinos y a cualquiera que le saliera en el camino. El trabajo era intenso, pero con eso iban viviendo y, de paso, olvidaba al traidor que la puso en tal circunstancia.
La mala suerte, sin embargo, cuando está encarnada en tí, ni aunque te saques la lotería. A poco de mejorar su situación, el platanal comenzó a desmejorar. Los guajiros conocedores, asustados ellos mismos por lo que se les venía encima, identificaron que estaba enfermo por la pudrición de la corona y por la sigatoka. Para colmo, el eje del carretón se rompió y el caballo se lo robaron.
Al decir de los montunos, Dios aprieta, pero no ahoga. Cuando más desesperada se sentía, apareció en el batey Eutimio Esquijarrosa, quien, sin pensarlo dos veces, se casó con ella. La sabiduría popular, que no tiene desperdicio, acuñó poco a poco la frase «De todas maneras, Juana la platanera» que, para los forasteros, no tenía sentido, pero para los comarcanos estaba asociado con alguna in ero para los comarcanos estaba asociado con alguna inconformidad o que a uno algo le salía mal.