Con las manos, para construir. Todas las manos; decía el poeta Guillén, los negros sus manos negras y los blancos sus blancas manos. La obra colectiva precisa de las habilidades posibles y mancomunadas. Igual de necesarias para el país son las manos que palpan un vientre y anticipan enfermedades, como aquellas que, empolvadas de tiza, escriben números y letras en pizarrones. ¡Qué urgentes las manos que escarban en la tierra y ponen semillas y extraen raíces! ¡Qué definitivas las manos que expresan voluntad!
Con el cuerpo, para sostener. Sobre los hombros cargar el peso de la Isla y continuar con paso más ligero mientras más arduo sea el camino. Andar, que es la única manera de vivir. “Poner el pecho”, como decimos ante lo que exige valor, y afrontar las consecuencias. Arropar la idea de un futuro mejor y posible en el seno de la patria, que siempre esperará de sus hijos el máximo esfuerzo.
Con el corazón, para impulsar. Una “bomba” a todo dar que, cual señal de enamoramiento, se desboque en desenfrenada carrera hacia lo amado. Hay que enamorarse, de verdad, del sueño, sí, y de la concreción de ese sueño, todavía más. Entender que los anhelos cumplidos no caen del cielo ni se pueden bloquear suficientemente si, ante escaseces de disímil naturaleza y casi perenne vigencia, se sobrepone la tenacidad y el obcecado optimismo de los irreductibles.
Con la mente, para no errar. No sobra tiempo para desperdiciar en alquimias. La convocatoria ha sido pensar entre todos, echar al ruedo todas las inteligencias, ponerlas al servicio común. No es trabajar por trabajar, como los bueyes que perdieron su vigor surco arriba y surco abajo. Se trata de trabajar con la mirada en el camino, ¡claro!, pero afiebrados por llegar a la meta. En la meta, por tanto, no existirán elíxires mágicos ni calcos trasnochados de otras carreras, en otros lugares. En la meta tiene que haber ese sorbo de agua —vital recompensa capaz de devolver la vida—, agua metafórica y real que les permite a los corredores de largo aliento regresar a la ruta, una y otra vez.
Estas son nuestras respuestas a quienes podrían preguntar por qué ir a la plaza el 1ro. de mayo, en medio de los más complejos desafíos cotidianos. Diremos convencidos que somos esos corredores de largo aliento —lo hemos sido desde el principio de lo que cientistas sociales han llamado “lo cubano”— impulsados más por una idea y la obligatoriedad moral de no renunciar que por contar con las óptimas condiciones para el intento.
Con la tozuda abnegación de los irreductibles, seguimos amaneciendo en las calles, los surcos, las oficinas y las fábricas, conscientes de que nadie vendrá a regalarnos prosperidad. La prosperidad, el desarrollo, el estado de bienestar, por cierto, no son entelequias que de solo enunciarlas se manifiestan, aunque las merezcamos. Deben ser construidas minuciosamente y sin perder un día.
Ese es el llamado. A la patria, manos y corazón, cuerpo y mente. Ganas, precisión y oportunidad.