Las ideas martianas sobre la salud resaltan en este Día del Trabajador del sector y de la Medicina Latinoamericana: “La verdadera medicina no es la que cura, sino la que precave”. El arte de curar consiste más en evitar la enfermedad y precaverse de ella por medios naturales que en combatirla por medios violentos e inevitablemente dañosos para el resto del sistema”. Llegó a afirmar que “la mejor medicina es la que no se ha tomado”, lo cual constituye una advertencia sobre la mala costumbre de tomar medicamentos innecesarios o lo que es igual, auto medicarse. “La higiene va siendo la verdadera medicina”, puntualizó. “Más que recomponer los miembros desechos del que cae rebotando por un despeñadero, vale indicar el modo de apartarse de él.”
Son criterios asumidos creadoramente por Fidel Castro con sus aportes sobre la medicina comunitaria y la creación del programa del médico y la enfermera de la familia, enfocado hacia la prevención´.
Martí habló de la medicina verde, del sistema nervioso, del cuidado de la visión, del efecto nocivo de fumar cigarrillos del alcoholismo… todos temas incorporados al sistema de salud cubano actual.
“Los médicos debían tener siempre llena de besos las manos” Dijo el Apóstol, y en ese principio dicho tan hermosamente se basa la educación de los médicos cubanos, sobre los cuales afirmó el Comandante en Jefe: “para ser médico se requiere una sensibilidad exquisita, una gran calidad humana.” Y señalaba: ¿Qué médicos debemos formar?, “Médicos de altísima calidad, calidad científica, calidad política, calidad moral y calidad humana…».
Martí también escribió: “En la medicina como el derecho, profesión de lucha, necesitase un alma bien templada para desempeñar con éxito ese sacerdocio; el contacto de las diarias miserias morales y materiales, el combate con la sociedad y con la naturaleza, hacen mal a las almas pequeñas, mientras que es revelación de cosas altas en almas altas y hermosas.”
Y ese temple y ese combate con la sociedad y la naturaleza lo han tenido los trabajadores cubanos de la salud que han brindado sus conocimientos a otros pueblos, en noble gesto internacionalista, sin reparar en los peligros del contagio de enfermedades no existentes en nuestro país ni los contextos a veces adversos existentes en esas sociedades. Sobre ello expresó Fidel: «Decenas de miles de médicos cubanos han prestado servicios internacionalistas en los lugares más apartados e inhóspitos. Un día dije que nosotros no podíamos ni realizaríamos nunca ataques preventivos y sorpresivos contra ningún oscuro rincón del mundo; pero que, en cambio, nuestro país era capaz de enviar los médicos que se necesiten a los más oscuros rincones del mundo. Médicos y no bombas, médicos y no armas inteligentes.” Ellos han sabido ejercer ese sacerdocio del que habló el Maestro, han conquistado el cariño de los que han recibido sus servicios, muchas veces por primera vez en sus vidas, y la admiración del mundo, y han hecho realidad aquel planteamiento martiano de que Patria es Humanidad.

En cuanto a la mercantilización de la medicina el Apóstol plasmó su criterio en verso: “Vino el médico amarillo a darme su medicina con una mano cetrina y la otra en el bolsillo… Yo tengo allá en el rincón a un médico que no manca con una mano muy blanca y otra en el corazón.”
Y en otra ocasión expresó: “curar con el milagro del yodo que quiere decir con la mejor medicina y con el del cariño, la más alta expresión de la sensibilidad humana”
El principio rector defendido y aplicado por Fidel desde siempre fue el de la salud pública gratuita y universal y resaltó que junto a la preparación técnica debía marchar la dedicación al paciente que debía ser tratado como si fuese un familiar querido.
En una crónica para el diario La Nación, de Buenos Aires Martí escribió en 1883 sobre los devastadores efectos del cólera en la población infantil y responsabilizó al Estado de los problemas que afectaban a los pueblos cuando escribió: “Allí, como en los maizales jóvenes al paso de la langosta, mueren los niños pobres en centenas al paso del verano. Como los ogros a los niños de los cuentos, así el choliera infantum les chupa la vida; una boa no los dejaría como el verano de Nueva York deja a los niños pobres, como roídos, como mondados, como vaciados y enjutos. Sus ojitos parecen cavernas, sus cráneos o cabezas calvas de hombres viejos: sus manos, manojos de hierbas secas ¡Y digo que este es un crimen público, y que el deber de remediar la miseria innecesaria es un deber del Estado!”
Fidel, desde su alegato de autodefensa por los sucesos del 26 de julio de 1953 denunció la despreocupación del régimen burgués y proimperialista que regía en el país por la salud de los desposeídos y particularmente en los campos. Se refirió a que una Revolución triunfante lucharía por acabar con la insalubridad, la alta mortalidad infantil y las muertes por enfermedades prevenibles, la escasez de médicos y a partir de enero de 1959 impulsó grandes transformaciones en la salud pública para sembrar hospitales en todo el país, graduar médicos emprender campañas de vacunación e impulsar la atención materno infantil, entre otros muchos programas cuya materialización se convirtió en una obligación del Estado, un derecho del pueblo.
En este 3 de diciembre junto a la felicitación a los abnegados hombres y mujeres de batas blancas llegue el recordatorio de estas ideas que hacen de nuestra medicina martiana y fidelista.
