Hay familias ilustres. Las que tienen verdadero valor no son las que el linaje y las arcas les marcan el grado de celebridad, sino aquellas a las que el prestigio les viene por haber contribuido al bien de los otros, con sus propósitos y consagraciones.
La que lleva los apellidos Henríquez Ureña, nacida de los dominicanos Salomé Ureña, pedagoga y poetisa dominicana, una de las más distinguidas autoras de su país; y el doctor, escritor y patriota Francisco Henríquez y Carvajal, cuenta entre ellas. Fran (Francisco), Pedro, Max (Maximiliano) y Camila fueron los hijos de ese matrimonio.
A Pedro, destacado humanista, le dedicamos recientemente en estas páginas unas líneas para recordarlo en la fecha de su fallecimiento. De Camila, descollante pedagoga, cubana por naturalización, habrá que hablar siempre que se aluda al proceso revolucionario cubano, en tanto pronto se suma a la formación de una nueva pedagogía y ocupa importantes cargos en el Ministerio de Educación, dueña ya de un prestigioso aval. A Max (16 de noviembre de 1886-23 de enero de 1968), también notable personalidad que dejó sus huellas en Cuba, lo abordamos ahora, cuando se acaban de cumplir 139 años de su nacimiento.
Leer su biografía en diversos sitios nos advierte de su devoción, desde muy pequeño, por la lectura y los contenidos literarios y culturales en general, lo que pudo alimentar al viajar por diversos países e instruirse. En el suyo, se graduó de bachiller en Ciencias y Letras, para estudiar luego en Nueva York y doctorarse en Cuba, en Filosofía y Letras.
Santiago de Cuba, donde fue profesor de Literatura en la Escuela Normal para Maestros, lo vio fundar y dirigir la revista Cuba Literaria. En La Habana, cursó su carrera de abogado. Fue ministro plenipotenciario en Londres y en Washington y superintendente general de Enseñanza. Su sapiencia le permitió integrar instituciones como la Academia Nacional Cubana de Artes y Letras, la Academia Dominicana de la Lengua y la Academia Mexicana de la Lengua.
Max se destacó como notable orador, por lo que fue aplaudido en varios países latinoamericanos, y también en Estados Unidos. Fue embajador en Brasil y en Buenos Aires y cofundador de la Academia Dominicana de la Historia, junto a su tío Federico Henríquez y Carvajal. Impartió docencia en la Universidad Autónoma de Santo Domingo y en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña.
En un libro (Hermano y maestro) en el que se propone homenajear al más cercano de sus hermanos, y que escribiera en La Habana, evoca sus recuerdos y, al hablar de su querido Pedro, habla de sí mismo. Las imágenes de su madre y de Pedro, apenas un año mayor que él, constan entre sus memorias más remotas. «El mundo para mí se concentraba en esos dos seres», aseguró.
Tendría cinco años cuando Pedro, que procuraba ejercitarlo en los números y en la dicción, lo enseñó a leer. A partir de entonces, se acompañaron en las lecturas, que desde la niñez se concentraron preferentemente en la obra de Shakespeare. En su padre, que se ausentaba del hogar, debido a sus estudios de Medicina, hallaron los hermanos «un mentor de gran autoridad», y en Fran, un compañero de más experiencia.
Una tarde, asomados a los balcones, hablaban los niños de lo interesante que sería coleccionar la obra de todos los poetas dominicanos. «Desde ese día, tijera en mano, nos pusimos a la obra». De revistas y periódicos copiaron, entonces, los versos de los poetas de su tierra que iban hallando. «El título que adopté y Pedro aprobó fue: Poetas Dominicanos. Tres volúmenes gruesos fueron el fruto de ese empeño», cuenta.
«Pedro y yo no nos conformábamos con ser noveles hacedores de colecciones de versos: quisimos tener periódicos propios. Yo lancé a la circulación en el hogar una hojita manuscrita semanal, con pésima letra y alguna que otra falta de ortografía. Le puse por nombre: La Tarde. Naturalmente, se editaba un solo ejemplar, que circulaba por la casa de mano en mano. Alguien me hizo observar que el nombre elegido era mas propio de un diario que saliera todas las tardes, y entonces lo cambié por el de Faro Literario. Pedro echó a la circulación otra hojita (..), que bautizó La Patria, y en ella aparecieron reproducciones de nuestros poetas, con comentarios suyos, que acaso fueron la primera manifestación de sus futuras dotes de crítico y ensayista».
Con voz agradecida, escribe Max –poeta modernista y autor de una treintena de títulos, entre los que se encuentran Tablas cronológicas de la literatura cubana y Panorama histórico de la literatura cubana– este libro que, aun sin proponérselo, deja ver al lector también su grandeza y la de una estirpe admirable, a la que correspondió sirviendo a los demás con su probado talento.
