La organización de los artistas y escritores cubanos no permitirá que, fomentando la división, otros «recodifiquen los símbolos y nos roben las palabras, que se disfracen de revolucionarios, para entregar el país»
Otra vez quieren dividirnos, confundirnos, someternos. La intelectualidad cubana es heredera de una sólida tradición patriótica y cultural comprometida con la justicia social, educada en el estudio, pero también en las vivencias inigualables de una Revolución auténtica y victoriosa, acosada por el imperialismo estadounidense.
La cultura cubana se forjó en la manigua, en la lucha antimachadista, en la Sierra y en el Llano, en Girón y en la alfabetización, en el internacionalismo militar y civil, en la construcción heroica de un mundo nuevo. Los tiempos difíciles definen a los pueblos, y marcan el carácter de las personas.
Ser valiente, cuando se navega en aguas turbulentas, no es asirse al «imposible», gritar que el barco puede hundirse; es enfrentar la tormenta, sostener con fuerza el timón mientras el viento y el agua golpean el rostro, y el piso abandona los pies.
Ser valiente, cuando la nación está en peligro, es encarar al enemigo, pelear, y simultáneamente, construir, reparar, unir, crear. «Otros propagarán vicios –escribía José Martí– o los disimularán: a nosotros nos gusta propagar las virtudes». Los cobardes reclaman el derecho al cansancio, a pensar en sí mismos (no por sí mismos), a la «libertad de palabra», para repetir las que el enemigo, en apariencia más fuerte, susurra. Invocan supuestos derechos constitucionales para traicionar. Han sido colonizados, y defienden con entusiasmo las opiniones y los intereses de sus colonizadores.
La actitud es más abyecta si conocen la historia y saben que su línea matriz ha sido, desde el siglo xix, la relación entre el imperialismo y una Patria que nace de la Revolución anticolonial y antimperialista; es más vil si ha leído alguna vez a Martí, a Maceo, a Mella, a Guiteras, a Martínez Villena, a Roig de Leuchsenring, a Fernando Ortiz, al Che Guevara, a Fidel.
¿Qué pretenden, qué esperan?, no son tan ignorantes estos pequeños de espíritu para creer que la libertad está en la sumisión al amo imperial; el aplauso efímero de sus mentores se apagará, no hay gloria posible ni obra que perdure, en la apostasía.
La libertad individual que disfrutamos para crear, para opinar, para pensar –que fue posible gracias a la Revolución–, no puede ejercerse para coartar la libertad del pueblo, y reducir o maniatar la independencia nacional.
La legítima diversidad de estilos, de perspectivas, de miradas; las dudas y las certezas de nuestros creadores, el pensamiento comprometido y crítico, brotan de una fuente común: la Revolución. «Cree el soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal –escribía también Martí–, porque tiene la pluma fácil o la palabra de colores, y acusa de incapaz e irremediable a su república nativa».
No permitiremos que los soberbios y los cobardes recodifiquen los símbolos y nos roben las palabras, que se disfracen de revolucionarios, para entregar el país, sus sueños, para cancelar nuestra breve y brava historia de luchas. La libertad en Cuba es el camino de todos: no la consigue quien la persigue solo para sí.
La Generación del Centenario de Martí nos legó una Patria libre, más justa; la del Centenario de Fidel, defenderá esa libertad, la extenderá; saltará sobre los falsos imposibles para abrirle caminos nuevos a la justicia. Los escritores y artistas cubanos no permitiremos que nos confundan y nos dividan, no aceptaremos jamás la sumisión.