Dirigentes políticos, militares, ministros, embajadores, traductores, periodistas y otros que tuvieron oportunidad de hablar con ellos o ser testigos de expresiones del uno hacia el otro, afirman que sus puntos de coincidencia eran tantos que trascendieron al mero contacto físico.
Los escritos y piezas oratorias de ambos también reflejaron un mutuo y profundo respeto y admiración, tanto en lo personal como hacia sus pueblos.
En la primera de sus tres visitas a Vietnam (12 al 17 de septiembre de 1973), el entonces primer ministro cubano mencionó a Ho Chi Minh en todas sus comparecencias públicas. Y en sus conversaciones con los líderes vietnamitas, según contaron estos, sucedió lo mismo.
A pocas horas de llegar a Hanoi, Fidel recorrió los lugares donde el tío Ho trabajó y pasó sus últimos días. Uno de ellos, acaso el más entrañable, fue la casita donde vivió el presidente vietnamita en preferencia al suntuoso palacio que en razón de su cargo tenía pleno derecho a habitar.
De estilo colonial, el edificio fue la residencia privada del gobernador francés y, tras la independencia de Vietnam (1954), el Partido y el Estado lo consideraron el lugar adecuado para albergar al mandatario.
Pero Ho Chi Minh no se sentía a gusto en medio de tanto espacio y a pedidos suyos, cerca del palacio, se le construyó una casita de bambú montada sobre pilotes.
Allí, el 13 de septiembre de 1973, en compañía del primer ministro Pham Van Dong y del general Vo Nguyen Giap, Fidel, conmovido, constató la austeridad con que vivía el artífice de la independencia de Vietnam.
En la planta baja, la mesa donde solía reunirse con el Buró Político. Y en un estante repleto de libros, uno infaltable: “Guerra de Guerrillas”, del Che Guevara.
Arriba, en el dormitorio, la camita ascética y pulcra donde el prócer despidió quién sabe cuántas noches de insomnio.
En un sencillo armario de madera, las sandalias y unos pocos trajes tradicionales. Y en una pequeña mesa, los últimos ejemplares del diario Nhan Dan (El Pueblo), un ventilador y un reloj despertador.
Junto a una de las ventanas, el viejo sillón donde solía leer y meditar sobre el presente y el futuro de un país que llevaba cientos de años luchando por su independencia… ¡Cuántas veces habrá soñado allí con un Vietnam 10 veces más hermoso!
Muy cerca de la casita de madera hay otra de sólida mampostería adonde los dirigentes del país aconsejaron a Ho Chi Minh mudarse en los tiempos de los bombardeos estadounidenses sobre Hanoi.
En una de las habitaciones, puede verse una mesa con 10 sillas, y en una pared, un gran mapa de Vietnam con marcas sobre el curso de la guerra.
Allí, el general Giap le explicó a Fidel que las últimas banderillas y señales reflejaban la situación al momento de morir Ho Chi Minh, y lo actualizó sobre cómo iban las cosas en ese momento. Faltaban unos escasos 19 meses para la victoria final.
Fidel también estuvo en el pequeño lago situado junto a las dos casas. En unas escalerillas que dan a las mansas aguas, el tío Ho las agitaba o daba palmadas para avisar a las carpas que les traía el alimento de cada día.
No cuesta mucho imaginar que el recorrido por aquellos sagrados lugares fue un momento de reencuentro espiritual entre los líderes históricos de los dos países.
Al momento de la visita de Fidel, los restos momificados de Ho Chi Minh aún no reposaban en el mausoleo donde están hoy. El monumento comenzó a construirse 10 días antes de su llegada y solo se inauguró casi dos años después, el 29 de agosto de 1975.
Pero el dirigente cubano no necesitaba más para llevarse en el pecho una acrecentada admiración hacia Ho Chi Minh.
A pocas horas de regresar a Cuba, tras visitar escenarios de guerra en el centro del país, de conversar largas horas con los dirigentes vietnamitas, y de avizorar una victoria que era “sencillamente cuestión de tiempo”, Fidel sintetizó en un discurso sus impresiones sobre aquellos días.
“Llegamos a esta tierra heroica con una gran admiración por el pueblo vietnamita y nos marcharemos con una admiración aún mayor. Nos sentimos estimulados con sus victorias y con su extraordinario ejemplo”, dijo.
Y subrayó que solo se iba con un único dolor, “el de no haber tenido el privilegio de conocer en vida al presidente Ho Chi Minh, que tanto admiramos”.
Algo, sin embargo, lo consolaba: “Pero nos compensa el hecho de haber visto y haber conocido de cerca al pueblo vietnamita y ver reflejada en él su obra, sus enseñanzas, su trabajo, su educación, su ejemplo, su heroísmo, su modestia”.
Fidel Castro volvió a visitar Vietnam en 1995 y 2003. Y siempre, antes y después, sintió el mismo respeto y admiración hacia el amigo, hacia el hermano con el que solo pudo encontrarse en el camino de las ideas.