La batalla naval del 3 de julio de 1898 frente al litoral santiaguero fue, sin duda, uno de los hechos más importantes de la Guerra Hispano-Cubano-Norteamericana. Ha sido también, a través del tiempo, uno de los más analizados y discutidos.
Ese día, en horas de la mañana, la escuadra española que se encontraba en Santiago de Cuba y que era mandada por el contralmirante Pascual Cervera, fue obligada a hacerse a la mar, en cumplimiento de una orden tajante, emitida desde La Habana por el gobernador y capitán general Ramón Blanco, para enfrentar a la escuadra estadounidense que era muy superior en porte, en alcance y calibre de su artillería y en blindaje, y que ocupaba una posición táctica muy ventajosa.
Con esta salida, se ponía un trágico colofón a la dramática situación que había comenzado a desarrollarse cuando el mando naval de Madrid, haciendo caso omiso a las advertencias formuladas por Cervera, lo había enviado a Cuba, a miles de millas de distancia, a enfrentar a fuerzas muy superiores. Mucho se ha especulado sobre las verdaderas motivaciones de ese traslado inútil de fuerzas navales siendo al parecer, una de las más poderosas, el reclamo de tener un respaldo naval, que, desde La Habana, pedían las autoridades coloniales y los más recalcitrantes intereses proespañoles. En esta decisión influenció, sin duda, un cierto menosprecio, por estólida ignorancia, de las posibilidades combativas del adversario.
La escuadra de Cervera se había reunido en Cabo Verde, y se le dio orden de partida el 26 de abril, recién iniciadas las hostilidades. Después de una azarosa travesía, logró arribar a Santiago de Cuba el 19 de mayo, sin haber sido detectada –algo casi inexplicable- por los buques estadounidenses de exploración. Estaba integrada por cuatro cruceros acorazados y dos destructores de torpederos.
Las fuerzas navales estadounidenses lograron, con la colaboración del Ejército Libertador cubano, verificar la presencia de la escuadra española en la bahía santiaguera el 29 de mayo y establecieron, desde ese momento, un férreo bloqueo. Días después, con la decisiva cooperación de las fuerzas cubanas al mando del Mayor General Calixto García, Lugarteniente General del Ejército Libertador, los estadounidenses desembarcaron al este de Santiago de Cuba e Iniciaron su avance hacia la capital oriental.
El 2 de julio, después de los combates de Las Guásimas, El Caney y Loma de San Juan, y del avance desde el oeste de las tropas cubanas, el cerco a la ciudad de Santiago se estrechó por lo que el Gobierno de Madrid y su representante en La Habana temían que la escuadra fuera capturada lo que –decían- pondría en entredicho el honor de la metrópoli. Cervera, por su parte, había propuesto, en varias ocasiones, emplear el personal y armamento de sus buques en tierra, donde tenían la posibilidad de oponer una tenaz resistencia. Estas sensatas propuestas no fueron oídas y se le ordenó salir de la bahía. Bajo estas circunstancias, el almirante español y los comandantes de sus buques, sabedores de que no podrían entablar combate, trataron de encontrar la manera de reducir las bajas al mínimo posible.
Aquella mañana la escuadra estadounidense presente frente a Santiago de Cuba estaba integrada por cuatro acorazados, un crucero acorazado y dos yates artillados, situados en forma de semicírculo a unas tres o cuatro millas del Morro. Loa buques españoles tenían, necesariamente, que salir en columna e irse enfrentando, uno a uno, con todos los navíos del adversario.
El primero en aparecer mar afuera fue el crucero Infanta María Teresa, buque insignia de Cervera, que avanzó resueltamente sobre la formación enemiga para atraer sobre sí todo el fuego y permitir la salida de los buques que venían detrás. Dada su posición, sólo podía hacer fuego con sus tres cañones de proa, mientras que en su contra podían hacerlo 45 piezas de grueso calibre. Un simple cálculo matemático nos indica que la correlación de fuerzas le era desfavorable al buque del almirante español en una proporción de 15 a uno. No obstante, avanzó así durante más de diez minutos, soportando un terrible castigo, hasta que incendiado y con numerosas bajas, se decidió lanzarlo contra la costa para evitar así su captura y salvar lo que quedaba de la tripulación.
Igual suerte corrió el crucero Almirante Oquendo, cuarto de los buques en salir. Sus restos, 125 años después, son aún visibles a unos 14 kilómetros al oeste de la boca de la bahía de Santiago de Cuba.
El segundo en salir de los cruceros españoles, el Vizcaya y el tercero, Cristóbal Colón, pudieron, gracias al sacrificio del María Teresa, ir más lejos. El Vizcaya, al ser alcanzado por sus perseguidores y muy castigado, con varios incendios a bordo, fue lanzado contra la costa cerca de Aserraderos, a unos 30 kilómetros de la boca, donde aún hoy pueden verse sus restos.
El Colón era el más moderno y rápido de los cruceros españoles y logró alejarse al comienzo de la acción. Pero se le terminó el carbón de buena calidad, su velocidad disminuyó notablemente y comenzó a ser alcanzado por sus perseguidores. Estaba casi indefenso pues carecía de su artillería principal. En esas circunstancias, su comandante decidió lanzarlo contra la costa frente al río Turquino, 95 kilómetros al oeste de la boca de Santiago, y abrir las tomas de fondo para hundirlo. Evitó así su captura y que fuera llevado a los Estados Unidos para exhibirlo como trofeo, que era el propósito del mando naval norteamericano.
Los dos destructores de torpederos, Plutón y Furor, fueron hundidos casi en la boca de la bahía de Santiago de Cuba.
El éxito estadounidense, basado en su ostensible superioridad y ventajosa superioridad táctica, fue alcanzado con una sola baja mortal y un herido. Los españoles sufrieron 350 muertos, 160 heridos graves y 1720 prisioneros.
Mucho se ha discutido sobre la táctica empleada por el contralmirante Cervera, sobre si pudo o no salir de noche, sobre si pudo o no haber empleado otra formación táctica, sobre si debió emplear el armamento torpedero, etc. El autor de estas líneas es del criterio de que, en las circunstancias en que se vio obligado a salir, ningún procedimiento táctico hubiera cambiado los resultados del combate.
Los máximos dirigentes de la Revolución Cubana han expresado, en diversas ocasiones, su respeto y consideración hacia la actitud de Cervera y los marinos de su escuadra. Prueba de ellos son, cronológicamente, las siguientes:
- El 3 de julio de 1998, al cumplirse el centenario de la batalla naval, se efectuó en el Morro de Santiago de Cuba un emotivo acto conmemorativo, presidido por el Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, en el que estuvieron presentes tres miembros de la familia del contralmirante Cervera – sus biznietos José Cervera Pery, Pascual Cervera de la Chica y Ángel Luís Cervera Fantoni-. En esa ceremonia helicópteros de la FAR lanzaron al agua, frente a la boca de la bahía, sendas coronas de flores en honor a los buques de la escuadra de Cervera.[i] Unos días después, el General de Ejército Raúl Castro Ruz recibió en la sede del MINFAR a los integrantes de la familia Cervera ya mencionados.
- En el libro Cien horas con Fidel. Conversaciones con Ignacio Ramonet, el Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz expresó textualmente: “Allá, en Madrid, un político le dio la orden a la escuadra de salir de la bahía de Santiago de Cuba y fue fusilada, barco a barco. Una de las cosas más crueles, a uno le duele, admirable el valor de aquellos marinos españoles. Se demostró allí el quijotismo y el heroísmo español en un grado muy alto. Nosotros los honramos, les rendimos tributo a aquellos hombres”.[ii]
- La ceremonia solemne, presidida por el General de Ejército Raúl Castro Ruz, que tuvo lugar en el Castillo del Morro de Santiago de Cuba el 25 de marzo de 2005 para develar los bustos de siete patriotas cubanos que sufrieron allí prisión cuando era un enclave militar español e inaugurar una sala conmemorativa de la batalla naval del 3 de julio de 1898 en la cual se colocó un busto del almirante Cervera, donado por sus descendientes, 32 de los cuales estaban presentes.[iii]
Notas
[i] Granma, sábado 4 de julio de 1998, p. 1.
[ii] Cien horas con Fidel. Conversaciones con Ignacio Ramonet. Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 3ª edición, noviembre de 2006, p. 563.
[iii][iii] Granma, sábado 26 de marzo de 2005, p. 1.