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En todo tiempo hubo adultos que compartieron juegos con sus hijos / Foto: Tomada de Internet

Juegos compartidos

A la hora de los juegos, Dionisio Rodríguez resultaba ser más muchacho que sus propios hijos. A ellos les encantaba tener un padre así, aunque a veces perdían la paciencia cuando él se cogía el juego para él solo.

Disfrutaba tanto al recordar su propia infancia que en el batey era el único dispuesto a crear con sus propias manos un juguete nuevo para cualquiera de los chicos que se lo pidiera. Lo malo era que Dionisio no se lo entregaba al dueño hasta que, después de usarlo él mismo, se cansaba y lo apartaba a un lado.

En toda la comarca se tenía a Dionisio por infantilón y algo babieca, pero la verdad es que la chiquillería lo adoraba. No es de extrañar, entonces; que lo buscaran para que les sugiriera nuevos juegos. Cuando se escuchaba una algarabía en alguna parte del batey, se sabía que él estaba involucrado en eso.

La gente seria le reprochaba que desatendiera sus labores en el conuco y que le dedicara tanto tiempo a jugar con la muchachada y no pocos lo creían loco de remate cuando lo veían empujar un carrito lleno de vejigos gritando de placer.

Un día a Dionisio Rodríguez le dio por crear un equipo de pelota que integraron sus hijos y los vecinitos más allegados. Entrenaban todos los días en un cuadro que armaron en el potrero de enfrente de la casa. Contra lo que pudiera pensarse, a partir de ese momento, hubo un acercamiento entre padres e hijos a la hora de compartir entretenimientos lúdicos.

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