Sus sanos rostros adornan la bella obra de la vida. Vestidos de intenso verde olivo, de añiles overoles, de pulcras batas blancas, de azules o rojos uniformes, conforman el arcoíris de cada amanecer en esta ciudad, que crece y se agiganta a su paso.
No temen a la vida, piensan quizás en la hora del porvenir. No se detienen a pensar mucho en el mañana, ese que a otros tanto preocupa, pues la experiencia demuestra, cual importante son en la zafra azucarera, en el manejo de la cuchara del albañil, en el rápido movimiento del pincel que detalla cada pintura.
En la veloz pluma que delinea en la limpia hoja, el nombre de un medicamento, en el teclado de una máquina inteligente, o en la toma de decisiones. Siempre están ahí, en el momento oportuno para hacer patria.
Frescas sonrisas que invaden el éter, agradables gestos que retozan entre compañeros. Manos amigas que llevan rosas o cartas de amor para el desvalido. Para el que espera la feliz noticia de la paternidad o para el que de ella se sostiene en aras de seguir su paso firme.
Ellos son los jóvenes cubanos, quienes salvan vida, resguardan la tranquilidad ciudadana, producen alimentos para el pueblo, educan al feliz relevo o acometen la tarea más necesaria para el desarrollo del país.
Son ellos los que con su inagotable brío adornan nuestros días y marchan siempre adelante, fieles seguidores de Mella, Camilo y el Che, constructores de una Cuba mejor y forjadores de un mundo nuevo.