El viejo Ataúlfo era intransigente hasta consigo mismo. Ni qué decir de los patrones que imponía a su propia familia. En el seno hogareño había que vestir como él quería, y él y solo él, según aseguraba, disponía del juicio suficiente para señalar lo que estaba bien o mal, si algo era negro, blanco o gris.
Para puertas adentro de su casa eso podía ser correcto, dado que sus deudos se lo permitían, pero a sus vecinos del batey les molestaba esa cerramenta mental. No eran raras, entonces, las discusiones estéticas y desavenencias entre ellos acerca de gustos y colores. De ello derivaron peleas que suponían no volverse a hablar en largo tiempo.
Para Ataúlfo la única música que merecía escucharse era la que ponían en los programas campesinos y, si era punto espirituano, mucho mejor. Cuando en la tienda de Ñico pudo comprar un radio de pilas a plazos, aclaró a la mujer y a los vejigos que lo adquiría solo para sintonizar programas de ese corte. Si nada más se «olía» que ponían novelitas y esa música indecente que se oía por ahí, lo devolvería a la tienda o lo rajaría con en dos pedazos con el hacha.
Esta advertencia tuvo que cumplirla consigo mismo una vez en que sintonizó su emisora favorita. Lo que no sabía Ataúfo era que ese día el país guardaba duelo oficial y las estaciones solo difundían piezas clásicas serias. Al comprender que, en esa ocasión, no podría disfrutar del guateque a causa de la música infernal que radiaban, perdió la paciencia y de un estrellón, desbarató el radiecito, del cual, por cierto, debía aún algunos plazos.
( ) Claro que nadie en el batey (y aún en la comarca) ignoraba que, para el viejo Ataúlfo, lo que no le gustaba a él era malo, pero como los demás no tenían por qué pensar lo mismo, un día decidieron ponerse de acuerdo para llevarle la contraria. Quienes de algún modo tenían que relacionarse con él, buscaron la forma de hacerle ver que estaba equivocado y que, en lo adelante, debía aceptar los gustos personales de cada cual. Dicen que esa decisión colectiva le produjo tanta rabia, que estuvo en un tris de que le diera un ataque de alferecía. (Ricardo Benítez Fumero)