Desde su sorpresiva elección a la presidencia en 2016, con casi tres millones de votos menos que su contrincante, muchos pensadores y comentaristas políticos han oficiado un “debate” sobre el fascismo o no de Donald Trump, polémica muchas veces enmarañada y generalmente dominada por las posiciones políticas de cada opinante.
Las motivaciones principales eran taxonómicas e ideológicas: ¿se habría aventurado el movimiento MAGA de Trump más en el ámbito de la política antidemocrática y autoritaria que sus diversos antecesores republicanos? ¿El sistema político estadounidense, que durante tanto tiempo se había enorgullecido de su “inmunidad” a purgas étnicas masivas y a otras prácticas fascistas, ahora sería parte de ellas? ¿Por qué?
El fascismo en el sentido amplio de la acepción.
La principal característica del fascismo es ser anticomunista, anti libertad, oponerse a la democracia, a la pluralidad y a la igualdad social. Exalta el sentimiento irreflexivo y promueve la “unidad de la Patria”, y la conquista. Promovía (en sus versiones de la primera parte del siglo XX) en lo económico un tipo de capitalismo corporativista, en el presente es adepto a un neoliberalismo extremo, cambio claramente observable a partir de la dictadura fascista del general Augusto Pinochet en Chile. Tiene una base racial con mitos acerca de razas superiores e inferiores; el antisemitismo era muy característico del Nazismo, y uno de los grupos históricos del fascismo en los Estados Unidos, la organización paramilitar Legión Negra, era una rama del Ku Klux Klan (KKK), ferozmente perseguidora de la minoría negra. El fascismo, el racismo y otras brutalidades están indisolublemente ligados.
El líder es casi divino y su liderazgo no está abierto a discusión: ”Führer”, “Duce”, “Caudillo”, “Conducător”, etc.
Los movimientos fascistas surgieron apoyados por sectores chauvinistas extremos. Los fascistas sustentan una ideología de lucha entre los estados que se resuelve de forma social– darwinista mediante la imposición y expansión del más fuerte.
El «imperialismo», entendido como una política exterior agresiva, es otro de los rasgos clásicos del fascismo; que generalmente se apoya en mitos del pasado, lo que refuerza su carácter más de “religión” o culto, que de ideología. Los fascistas quieren recuperar el supuesto esplendor pasado y las denominaciones de sus regímenes aluden a eso («III Reich», “MAGA”, Mussolini llamaba a Mediterráneo “Mare Nostrum” como los romanos). El término «fascista» esta inextricablemente asociado con la extrema derecha e ideas de corte discriminatorio y autoritario.
Surgimiento del MAGA
Como se observa, todas esas características están reflejadas de una forma u otra en los conceptos enunciados por Trump en MAGA. Una diferencia importante es que él, a diferencia de Adolf Hitler o Benito Mussolini, no ha creado una nueva agrupación política, sino que se ha adueñado de un poderoso, histórico y legitimo partido, que tiene 36 millones de miembros, enormes recursos financieros y una vigorosa y bien estructurada maquinaria política. Para entender que significa ser el amo casi absoluto del Partido Republicano, debemos conocer que posee 49 senadores (de un total de 100), 219 representantes (de 435) en el Congreso de los Estados Unidos y 27 de 50 gobernadores de estados.
Como la mayoría de las discusiones sobre fenómenos históricos y sociales, el debate sobre el fascismo de Trump y sus seguidores se ha convertido en un espectáculo intelectual exasperante y egocéntrico. Mientras tanto, en los Estados Unidos, la derecha tiende cada vez más a abandonar todo compromiso político y se ha convertido en un sistema de “yo soy fuerte en todas partes”: desde amenazas de bombardear México por la crisis del fentanilo, confabulación para limitar al pueblo estadounidense el acceso a las urnas, hasta las cruzadas contra el aborto y la quema de libros con contenidos ideológicos que no les gustan. Las cosas se han deteriorado hasta el punto en que el máximo líder del movimiento Donald Trump ya no se molesta en ocultar o restar importancia a su determinación de estrangular los últimos vestigios de Democracia real en la vida pública estadounidense.
Después de múltiples informes sobre cómo Trump pretende rehacer el gobierno federal a su imagen de “hombre fuerte”, utilizar el sistema de justicia federal para “vengarse” de los enemigos políticos e invocar la Ley de Insurrección para criminalizar la disidencia y adoptar versiones nuevas y mucho más draconianas que sus primeras prohibiciones de inmigración, Trump escribió unas notas bastante definitorias en la conmemoración del Día de los Veteranos, el pasado noviembre 11. La publicación, que retomaba el mensaje central de un discurso de dos horas que pronunció en Concord, New Hampshire, decía lo siguiente:
En honor a nuestros grandes combatientes en el Día de los Veteranos, les prometemos que erradicaremos a los comunistas, marxistas, fascistas y matones de la izquierda radical que viven como alimañas dentro de los confines de nuestro país, mienten, roban y hacen trampa en las elecciones. y harán todo lo posible, ya sea legal o ilegalmente, para destruir a Estados Unidos y el Sueño Americano. La amenaza de fuerzas externas es mucho menos siniestra, peligrosa y grave que la amenaza interna. A pesar del odio y la ira de los lunáticos de la izquierda radical que quieren destruir nuestro país, ¡HAREMOS A ESTADOS UNIDOS GRANDE OTRA VEZ! (1).
La retórica del fascismo
Cada uno de los pilares de la retórica fascista se muestra aquí de manera rimbombante- desde la narrativa de la “puñalada por la espalda” tan querida por Hitler en su momento- sobre los fomentadores políticos internos de la subversión hasta la caracterización deshumanizadora de los enemigos políticos como “alimañas” que son objetivos dignos de eliminación total, todo presentado como una celebración del honor militar. Liderazgo autoritario de libro de texto como la promesa de Trump de suspender la Constitución y su actual cortejo al ala conspiradora QAnon del movimiento MAGA, lo único sorprendente es que el “debate fascista” siguió sin resolverse durante tanto tiempo. Está claro que Trump es fascista. ¿Pero no es “Trumpista”? Claro que si lo es, como Hitler era “Hitlerista” y Franco “Franquista”. El culto personal del superhombre y su proyección social fascista van unidos y no son de ninguna manera excluyentes, sino complementarios.
El trabajo básico de informar a los estadounidenses lo que el líder del Partido Republicano tiene en mente para cualquiera que no programe un tatuaje MAGA en el pecho recayó en algunos medios de comunicación. «Trump llama ‘alimañas’ a los enemigos políticos, haciéndose eco de los dictadores Hitler y Mussolini», fue el texto expuesto del Washington Post. Incluso Forbes, publicación considerada la biblia de la alta burguesía por mucho tiempo, dijo: “Trump compara a sus enemigos políticos con ‘alimañas’ en el Día de los Veteranos, haciéndose eco de la propaganda nazi”.
Este impulso crónico de usar eufemismos para describir lo que está sucediendo en los Estados Unidos es lo que ha permitido que el movimiento MAGA continúe adoptando retórica y posiciones claramente fascistas, hasta el punto de que ya no se molesta en enmascarar su intención antidemocrática. De hecho, incluso cuando profesan repudiar los objetivos fascistas, los incondicionales de Trump no pueden resistirse a promover el discurso fascista.
Así es como el portavoz de la campaña de Trump, Steven Cheung, respondió a los críticos e historiadores señalando la verdad obvia de que la retórica de “alimañas” de Trump es claramente fascista: “Aquellos que intentan hacer esa afirmación ridícula son claramente murmuradores que se aferran a cualquier cosa porque están sufriendo a causa de Trump. Toda su existencia quedará aplastada cuando el presidente Trump regrese a la Casa Blanca”. La declaración diciendo: “No somos fascistas y te aplastaremos hasta la muerte por decirlo” plantea muchas más interrogantes que las que disipa.
El fascismo y los medios
La impasible resistencia de los principales medios de comunicación a la palabra fascismo tiene sus raíces en el horror de las élites a “tomar partido” en las disputas políticas. La inconfundible tendencia fascista del movimiento Trump quedó muy clara cuando el ex presidente promulgó su primera prohibición antimusulmana y utilizó su poder ejecutivo para crear una agencia federal para combatir la inexistente plaga de delitos violentos de los inmigrantes, pero la prensa nunca pudo aventurarse más allá de su estado de hipnosis, no se siente “lista” para llamar por su nombre a esas iniciativas etno- nacionalistas y xenófobas.
Cuando Trump comentó sobre la violenta manifestación nazi y de extrema derecha en Charlottesville, Virginia, al declarar que “había gente muy buena” en ambos lados de la disputa, los medios lo mostraron como una forma de “neutralidad” o “contención”, en lugar de denunciarlo como un claro respaldo a la letal violencia callejera nacionalista blanca. Este patrón ha continuado, desde la aprobación igualmente directa por parte de Trump a los actos de los Proud Boys en un debate presidencial hasta el intento de golpe del 6 de enero y más allá.
Con un envalentonado movimiento MAGA que tiene la intención de llevar a Trump a su tercera nominación consecutiva a la presidencia, los periodistas tradicionales ya no pueden refugiarse en la ficción raída y timorata de que denunciar la retórica y las políticas fascistas es indecoroso, inadecuado o vulgarmente partidista. Como ha argumentado Jack Shafer, de Político, los miembros de la prensa política tienen que presionar continuamente a él y a sus principales rivales sobre el plan de Trump para transformar el país en una dictadura de ley marcial: “Si tiene diseños totalitarios para juicios políticos masivos almacenados y planea publicarlos en 2025, la prensa y sus oponentes políticos, incluido Joe Biden, deberían intensificar pronto sus críticas hacia él para convertirlo en el tema político principal”. Obviamente, lo mismo debería aplicarse a los principales donantes republicanos y a los funcionarios del partido, como la presidenta del Comité Nacional Republicano, Ronna McDaniel, quien ha eludido todas las consultas directas de la prensa sobre los comentarios de Trump durante su gira por los programas de noticias del domingo 11 de febrero, a pesar de que él la está echando de su puesto en el RNC. Después de confabularse tan flagrantemente para sostener la mentira de que Trump alguna vez fue un actor legítimo en la política democrática, la prensa política parcializada de los Estados Unidos tiene por delante una tarea de recuperación y limpieza para la que no posee ni el coraje ni el interés de acometer.
Trump y su discurso
La retórica fascista de Donald Trump sobre cómo los inmigrantes están “envenenando la sangre” del país, así como la adopción por parte del Partido Republicano de la “teoría del gran reemplazo” (2), resultan repelentes para muchos estadounidenses. Pero para un número sorprendente de personas, según revelan los resultados de una nueva encuesta (3), el mensaje de que los inmigrantes representan una oscura amenaza para la nación está siendo recibido con entusiasmo, o con un encogimiento de hombros de indiferencia.
Más de un tercio de los votantes de Trump hace un cuatrienio (35 por ciento) están de acuerdo con la afirmación de Trump, repetida como loros por fascistas anteriores a él, de que los inmigrantes están “envenenando la sangre de nuestro país”, según los resultados de la encuesta. Sólo el 32 por ciento de los votantes de Trump y el 37 por ciento de los republicanos están rotundamente en desacuerdo con el lema nazi.
Trump comenzó a utilizar la retórica del envenenamiento de la sangre a fines del año 2022, intensificando sus viejas y odiosas declaraciones de que los inmigrantes son “violadores”, “asesinos” o “animales”. Sin embargo, la idea de que los inmigrantes están corrompiendo el linaje nacional recuerda directamente al líder nazi Adolf Hitler. Trump cree que esta retórica fascista le funciona y ha dicho en privado que “envenenar la sangre” es una “gran frase”. Más fascista que Trump hay que mandarlo a fabricar.
Su actitud hacia Cuba por otra parte, no se puede catalogar de otra manera que de fascismo. Tomó durante su mandato presidencial 243 medidas contra nuestra nación y en sus últimos días la reincluyó en la insensata Lista de Países Promotores del Terrorismo, de la cual Obama la había sacado.
Trump no tiene principios ni ideología en el sentido estricto de la palabra, él hace todo lo que cree conveniente para su engrandecimiento personal y para ser considerado un líder indiscutido, infalible e irrebatible; por encima de las leyes, del bien y del mal. Él usa la retórica fascista porque atrae a muchos votantes reaccionarios, intimida a otros y es además muy compatible con su desmedida vulgaridad de expresión. Pero la unión de esos factores lo hacen, quiéralo o no lo quiera, un redomado fascista.
José R. Oro*, colaborador de Prensa Latina
*Ingeniero cubano residente en Estados Unidos