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El renacer de un héroe mambí

Veintiséis abriles no bastan para sostener la historia de un héroe legendario, campeón de numerosas hazañas al servicio de una causa justa. Resulta extremadamente difícil negarle a Enrique el Americano, como cariñosamente apodaron los camagüeyanos a Henry Reeve, el franco arrojo y la grandeza de su audacia, en las más de 400 proezas en las que participó durante los siete años al servicio de la causa cubana.

Las versiones de su fisonomía son disímiles. Algunos opinan que era alto, otros son del criterio que era más bien bajito y salpicado de pecas, lo cierto es que fue el terror de los españoles.

Bien conocía Reeve el olor de la muerte, a quien burló en más de una ocasión. Entre las acciones combativas en que se destacó están el Salado, El Carmen, Soledad, Pacheco, Jimaguayú, Cascorro y Yucatán. El fue uno de los 35 jinetes escogidos por Agramonte para liberar al general Sanguilí.

El cuatro de agosto de 1876 libró Henry Revee, el Ingresito, su última batalla. Un fiero y desigual combate se desataba a media legua de Yaguaramas, en Cienfuegos. El valeroso joven no estaba dispuesto a morir en manos enemigas. Luego de agotársele el  parque de guerra con una bala segó su vida, pero antes cubrió la retirada de su tropa.

Hoy el muchacho del norte que amó intensamente a Cuba mantiene como de costumbre su diversa fisonomía, pero esta vez, fundido en miles de jóvenes que, con machetes y revólveres trocados por amor y bata blanca, siembran vida en las patrias ajenas, pero suyas.

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