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El Manifiesto del M-26-7 en la ofensiva final del 58

En 1958, con el inicio de la primavera, era irrefutable el avance y consolidación de las fuerzas del Ejército Rebelde, comandadas por Fidel Castro en varias zonas de las montañas de la Sierra Maestra.

El propio primero de marzo, los Comandantes Raúl Castro Ruz y Juan Almeida Bosque partían al mando de sus columnas para formar el II Frente Frank País, en la Sierra Cristal, al norte de la provincia de Holguín; y el III Frente Mario Muñoz Monroy, cerca de Santiago de Cuba, respectivamente. El Comandante Camilo Cienfuegos se hacía sentir en los llanos del Cauto.

Fidel, en su condición de Comandante en Jefe, había insuflado en las tropas guerrilleras su invencible entusiasmo que lo llevaba a creer que aquel año sería el último de la dictadura de Fulgencio Batista.

Por ello, también a comienzos de ese mes se reunió en la enhiesta elevación llamada Alto del Naranjo, antemural de la Comandancia de La Plata, con dirigentes del Movimiento 26 de Julio y del Ejército Rebelde, y el día 12 dio a conocer el Manifiesto Número 2 al pueblo de Cuba, de 21 puntos, dispuesto por la organización política revolucionaria que dirigía oficialmente desde 1955, tras su salida de la prisión en Isla de Pinos.

Uno de los enunciados más precisos del documento era el que declaraba la necesidad de extender aún más el combate contra el tirano con la participación de todos los sectores del pueblo, de manera decidida, beligerante y con el aporte de fondos destinados a la adquisición de armamentos.

Aprovechando el fortalecimiento de la lucha guerrillera, que Fulgencio Batista se empecinaba en ocultar a la prensa cubana, deseosa de allegarse al teatro de operaciones, la Revolución debía incluir e interesar a todos los cubanos en este momento decisivo. Una manera de demostrarlo sería realizar una Huelga General Revolucionaria que estremeciera la nación, secundada por la Acción Armada. Esto podría acelerar el triunfo de los patriotas, más probable que nunca.

Atento a la multiplicidad y riqueza que debía ganar la lucha, Fidel pensaba en lograr una total sincronización entre las acciones que se llevarían a cabo en el país, para asegurar el éxito de una movilización de tamaña envergadura. Y había que lograr que la población diera el apoyo necesario a las fuerzas combativas que ya estaban en una mejor posición y gran poder ofensivo.

Con su método prolijo de siempre dio visto bueno al proyecto de la Huelga General aprobado en aquella ocasión, para que tuviera efecto el 9 de abril de 1958, previsto como un alzamiento definitorio.

El líder de la insurrección armada no se había equivocado al valorar que la tiranía de Batista ya estaba herida de muerte e iba hacia su fin, no muy lejano, aunque a pesar de todo el dictador lanzó una criminal ofensiva de verano que acribillaba a mansalva a comunidades de civiles o viviendas campesinas aisladas en su afán de aniquilar en vano a los guerrilleros.

La histórica Proclama llamaba a la ciudadanía a estar alerta y prevenida contra cualquier orden falsa, y orientaba a proseguir la lucha armada en el caso de no conseguirse los objetivos pronosticados con la acción.

Como la gran movilización nacional incluiría a amplios sectores (obreros, estudiantes, hombres y mujeres del pueblo, trabajadores agrícolas) la organización y dirección de la huelga estudiantil estaría a cargo del Frente Estudiantil Nacional, mientras la parte armada correspondería a las Fuerzas Rebeldes, las milicias del Movimiento 26 de Julio y de todas las organizaciones revolucionarias que las secundarían.

En el documento se exhortaba a los estudiantes de todo el país a mantener, con más decisión que nunca, la huelga indefinida ya iniciada, a fin de que la valerosa fuerza que tan heroicamente había luchado por la libertad fuera la vanguardia de la Huelga General Revolucionaria. Ningún alumno debe volver a clase hasta que caiga la dictadura, se pedía.

Puntualizaba en otro punto que dado el estado de guerra existente entre el pueblo de Cuba y la tiranía de Batista, todo oficial, clase o alistado del Ejército, la Marina, o la Policía que a partir del día 5 de abril continuara prestando servicios contra el pueblo oprimido perdería su derecho a permanecer en las fuerzas armadas, porque nada justificaría esgrimir las armas en aquellas circunstancias.

Comunicaba que a partir de ese instante el país debía considerarse en guerra total contra la tiranía. Las armas en poder del Ejército, la Marina y la Policía debían estar al servicio del pueblo, quien se vería en la necesidad de aniquilar a los que los combatieran dondequiera que se encontraran, pues serían los peores enemigos de su libertad y felicidad.

Por desgracia, aquella acción heroica no pudo triunfar cuando intentaron cristalizarla, porque una cruenta represión abatió primero en La Habana a combatientes casi sin armas, entre ellos al inolvidable Marcelo Salado.

Fue muy destacada la participación en Santiago de Cuba, Matanzas y Ciego de Avila, lo cual mostraba que la llama del combate estaba bien encendida entre los cubanos y que la acción, finalmente, no fue en vano, a pesar del dolor por los caídos.

Pero además del trascendente acuerdo sobre la factibilidad de la Huelga General, aquella Proclama del 12 de marzo de 1958, a nueve meses del triunfo, reconocía con objetividad el resquebrajamiento de la dictadura, así como el auge de la maduración de la conciencia popular. Mucho batallar, sacrificio y entrega faltaban todavía, pero la aurora del próximo enero iba a ser clarísima, fulgurante. (Marta Gómez Ferrals, ACN)

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