Escuchar al pueblo, interpretar sus razones, responder sus interrogantes, hacerlo participar, a eso nos enseñó Fidel; sin importar las complejidades, la rudeza de los tiempos, la circunstancia apremiante.
Hoy, cuando se enfrenta Cuba a la recuperación de un huracán que devastó la región occidental, estamos ante uno de esos momentos en los que el país, con esa savia, crece.
En Pinar del Río, por ejemplo, los vientos y las lluvias golpearon un pilar de la economía nacional: el tabaco; destrozaron considerablemente su fondo habitacional; dejaron bajo agua extensos cultivos; echaron al piso la infraestructura eléctrica en la porción occidental de la nación y, como consecuencia, ocurrió un fallo en la red que apagó toda la Isla. La falta del vital servicio complicó, además, el abasto de agua.
Varios problemas nos han puesto a prueba en los últimos meses, y cuando a algunos les parece que no hay salida posible, Cuba la encuentra siempre en el trabajo unido, en la solidaridad y en la participación de su propio pueblo.
Ante las adversidades, sumadas una tras otra, algunas por eventos naturales, otras por lamentables accidentes, y muchas por el empeño enemigo de rendir por hambre y necesidad a nuestro pueblo, mediante el nefasto engendro que es el bloqueo de Estados Unidos contra Cuba, en la conducción de la nación no hay otra hoja de ruta que aquella que trazó con su ejemplo la generación histórica de Fidel y de Raúl.
Nuestro enemigo ataca, porque teme la continuidad que representa la nueva generación al frente del país, y es tan grande ese miedo que hace todo, más que nunca, por cortarle cada posibilidad para el progreso.
La persecusión obsesiva de Cuba, por la mayor potencia del mundo, no es sino revelación del abuso cruel y cobarde. Clara evidencia ha sido el ensañamiento oportunista del Gobierno de Estados Unidos, autoproclamado defensor de nuestro pueblo, el mismo pueblo al que negó oxígeno y medicinas en el momento más crítico de la covid-19, al que le prohibió recibir remesas de sus familias, al que le abre las puertas si se lanza al mar, pero al que cierra las vías regulares para emigrar.
Los enemigos de Cuba no ofrecerán jamás una solución que no responda al interés de subvertir la sociedad socialista que nos damos; y en ese afán es que aprovechan –y hasta fabrican– las vicisitudes que atravesamos.
Incluso de los estragos de un ciclón y sus consecuencias sucesivas, dicen los que nos odian, tiene la culpa el Gobierno Revolucionario; al tiempo que, en la nación del norte, desde donde vociferan, pasa el mismo huracán devastador, dejando la triste huella de una veintena de muertos, en su caso, «por la furia de la Naturaleza».
De enemigos así, como el que ha tenido Cuba por más de 60 años, nadie se escapa sino blindando la unidad del pueblo. Resistir tiene un alto costo, pero ceder al chantaje de quien promete soltarte la garganta si obedeces a sus modos y dictados, te convierte en siervo para siempre.
Ahora mismo, sanar los daños del huracán Ian no será tarea fácil ni corta en el tiempo. Nada se le ha dado fácil nunca a Cuba. Trabajar por sí misma en curar sus dolores es el sino de la nación; apoyada, sí, por los amigos verdaderos que nuestra solidaridad fecunda; pero, básicamente, trabajando nosotros por nosotros mismos, y en ese afán nada fracasa si hay unidad, a la par de dignidad.
A eso convocan los actuales desafíos, a mantenernos inquebrantablemente juntos, a no dejarnos dividir, a entender que toda solución a cada problema, aunque precise tiempo, necesita comprensión, acompañamiento y, sobre todo, participación.
Hoy mismo, tras el paso del ciclón, nadie que asiste a las provincias heridas es hombre o mujer de su provincia natal, sino que es de allí donde lo necesiten más.
Negar la dureza del momento sería superficial e irresponsable. No hay oídos sordos ni ojos ciegos a lo que siente y padece el pueblo.
Lo que no puede faltarnos es la sensibilidad ante el problema del otro, la disposición de ayudar, el empuje para hacer nuestra parte sin sentarnos a esperar lo que no existe.
Frente a la colosal misión de no solo recuperar lo perdido, sino de superar lo que teníamos antes, la clave del triunfo es una sola: la unidad.