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In a mountainous municipality such as Bahía Honda, high schools have laboratories that motivate their students.

Cuando cientos de jóvenes repartieron luz por toda Cuba

La mayoría cambió hasta de Luna. Con la de aquellas lomas y llanuras infinitas no competían las luces de la ciudad. Sus mejores bombillos fueron las estrellas. A fin de cuentas, Juan Gualberto, María Cristina, Juana Inés y el resto de los alfabetizadores fueron a compartir la verdadera luz: la de la verdad.

Eran casi niños y, a la vez, maestros con mucho que enseñar. Aquella campaña ideada por Fidel Castro, el Líder de la Revolución cubana, les parecía a todos una locura encantadora. No importaban la edad, el inmenso desafío, los riesgos, ni las comodidades que dejaban en casa.

Juan Gualberto Correa cuenta que se separó por primera vez de su familia. “Estudiaba en secundaria, en Bahía Honda (entonces municipio pinareño, hoy de Artemisa). Pero otros muchos también llenaron las planillas: completamos tres guaguas. En 1961, la situación estaba candente. En mi hogar solo me dijeron que no me podía rajar”.

Foto: Del autor

Tras una semana de preparación, llegó con todos sus bríos hasta un paraje llamado Pedrales. Las lecciones iluminaron la vida de seis campesinos. Abrieron brechas en la oscuridad del lugar. El jovencito les enseñaba y, a la par, aprendía a montar a caballo, ayudaba a sembrar y a recoger café y malanga.

Correa se habituó al piso de tierra, a dormir en hamaca, al concierto infinito de los grillos y a lo fresco del techo de guano. Almorzó viandas con mucha manteca, y comió arroz y frijoles en las tardes. Respiró gratitud. El trato que le prodigaron compensó la insistente nostalgia. Al terminar, les dejó como recuerdo el farol que tanto alumbraba.

A María Cristina Pérez le sucedió algo similar. Su papá y su mamá estuvieron muy contentos con su decisión. “Provengo de familia humilde y pueblo rebelde (Regla), donde todas las noches sonaban las bombas. Mis padres lucharon contra la dictadura de Batista”.

Llegó a Güines a impartir clases con apenas 12 años. Por su firmeza, parecía tener 17. No la asustó trabajar en el campo o comer harina. Tanto le atrapó el bien que hacen las letras, que luego se unió al plan de maestros Makarenko. Las prácticas docentes la condujeron a Bahía Honda, donde conoció a Correa… y llevan ya cinco décadas juntos.

Ellos aseguran que, probablemente, no existan historias tan hermosas como las de quienes alfabetizaron en 1961. Valga si no lo vivido por Juana Lorán Abella, quien estuvo a punto de ahogarse en un remolino, cuando impartía sus saberes en Sagua de Tánamo, Holguín. Ni aunque el propio río hubiera ido a buscarla a la casa, la hubiera convencido de regresar, dice. “Los sueños ni se abandonan ni se hunden”.

Ya antes había enseñado a leer y escribir en Zaza del Medio, Sancti Spíritus, al tiempo que el estruendo de las bombas y el sonido de la metralla silenciaban el rumor de olas en Playa Girón. Ella también estaba peleando, por el proyecto de país nuevo, como parte de las Brigadas Piloto.

Foto: Del autor

Tenía casi 10 años cuando comenzó en primer grado. La escuela pública rural le quedaba muy lejos, y sus padres no la dejaban ir sola. Después ya montaba un pequeño caballo flaco: lo amarraba en la portada del colegio, hasta terminar las clases. Así que entendió de inmediato la necesidad de llevar conocimientos a todas partes.

Urgencia de letras

Según investigó el Máster en Ciencias Leonel Zamora, historiador de Bahía Honda, “allá solo se impartía la enseñanza primaria. Para recibir la educación media y media superior, los interesados debían trasladarse a Guanajay y al Instituto de Segunda Enseñanza en Artemisa. Ni hablar de la zona rural, donde las aulas, el mobiliario y la base material de estudio padecían un estado deplorable.

“Niños y maestros recorrían hasta 10 kilómetros para una sesión de clases. El censo poblacional de 1953 reconocía que, de los tres mil 660 habitantes entre seis y nueve años de edad, dos mil 284 eran analfabetos (dos mil 166 residían en la zona rural).

“Lo mismo ocurría con los 22 mil 344 habitantes de 10 años en adelante: ocho mil 586 no conseguían escapar del analfabetismo; el 45.3 por ciento vivía en zonas rurales”.

Zamora agrega que “los hijos del estrato más humilde del pueblo podían aspirar únicamente al cuarto o quinto grado, bajo la exigencia de contribuir a la economía familiar, sobre todo en labores agrícolas”.

Alude a la Escuelita Pública Alfredo M. Aguayo, de madera, techo de guano, bancos de tabla y una aulita, para quienes tuviesen algún recurso, pues el material de estudio había que comprarlo. Un grupo recibía clases por la mañana y el otro por la tarde. Negros y blancos se sentaban en hileras separadas.

Quizás no sería válido pensar que Guanajay tenía mejor situación, al disponer de una Escuela Normal para maestros (enseñanza media), la única en la región. Según la historiadora Reveca Figueredo, los locales y mobiliario de las escuelas públicas calificaban como críticos.

Ocurría igual en cada rincón de Artemisa y en toda Cuba, en 1958, cuando menos de 90 mil alumnos lograban acceder a secundaria. La mayoría tampoco podía continuar estudios, mucho menos acceder a la Universidad.

Cambio de escenario

Si, entonces, el país contaba solo con 81 escuelas de enseñanza media, en 2008 el número había crecido hasta mil 941.  En apenas un año de Revolución en el poder, se construyeron unas 10 mil nuevas aulas; la escolarización creció hasta casi el 90 por ciento en las edades de seis a 12 años. Los cuarteles fueron convertidos en escuelas: unas 70 otrora instalaciones militares acogieron a 40 mil alumnos.

Y a un año de anunciar que el país libraría una decisiva batalla contra el analfabetismo, la nueva Cuba se despojaba de ese pasado de ignorancia. A continuación, la mayor de las Antillas ganaría también las batallas por el sexto y noveno grados, y emprendió la universalización de la enseñanza superior.

Se multiplicaron los círculos infantiles y escuelas especiales, los planteles formadores de maestros, las universidades y centros de investigación, el aprendizaje de la computación e idiomas, así como la televisión educativa.

Saskia Robaina, metodóloga que atiende Comunicación en la Dirección Provincial de Educación en Artemisa, ilustra bien el cambio: “Bahía Honda no tenía un solo centro de enseñanza media; en cambio, ahora cuenta con nueve secundarias.

“Los faroles y cartillas desplegados en 1961 legaron sitio a pizarras y computadoras, a maquinaria agrícola, tornos y laboratorios, para aprender los secretos de la tierra, de la caña, el mar, el engranaje de motores, las matemáticas, la lengua, la historia…”

Por si no bastara, la mayor de las Antillas contribuyó a la reducción del analfabetismo en varios países, al llevar las letras a millones de personas, mediante los programas Yo sí puedo y Yo sí puedo seguir. La luz de la verdad iluminó a toda Cuba… y más allá. (Joel Mayor Loran, ACN)

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