Todo se obvió cuando Lázaro Peña se incorporó detrás del buró de su vetusta oficina en la CTC extendiéndonos la mano derecha mientras permanecía asido con la otra al borde del escritorio, estabilizando el equilibrio.
Su voz, ronca de siempre, ahora sonaba más gastada y hasta un poco apagada; nos invitó a sentarnos y a que le habláramos con franqueza y el tiempo que fuera necesario sobre las eventualidades que se presentaban.
Permanecía consciente y vigilante como siempre ante las pretensiones enemigas de obstaculizar y desunir este, de seguro, su postrero Congreso, el XIII de la Central de Trabajadores de Cuba, institución para la defensa de los obreros a la que había dedicado más de 40 años de su quehacer proletario y comunista.
Lázaro Peña González, nacido el 29 de mayo de 1911, comenzó en el sindicalismo organizando protestas contra los bajos salarios en el sector tabacalero; se enfrentó a la dictadura de Machado y en 1929 ingresó en el Partido Comunista, a cuyo Comité Central perteneció a partir de 1934.
El 28 de enero de 1939 asumió la Secretaría General de la entonces denominada Confederación de Trabajadores de Cuba enfrentando a los elementos mujalistas (1947-1948), expresión despectiva que proviene de Eusebio Mujal y que simbolizó a los dirigentes obreros vendidos a la patronal, corrompidos y demagogos.
Luego del golpe militar del 10 de marzo de 1952, Lázaro Peña pasó a la clandestinidad hasta que tuvo que exiliarse.
Desde el triunfo de la Revolución en 1959, exhortó a la unidad de todos los trabajadores y a contribuir decididamente a su fortalecimiento, por ser la representante de los obreros, campesinos y de todo el pueblo, y reiteraba que ese debía ser el punto de partida de toda reivindicación que se planteara.
Le correspondió retomar el liderazgo de la CTC en otro momento decisivo para la nación y la clase obrera: cuando la patria, en 1961, emprendió el rumbo socialista. En las nuevas condiciones llamó a no descuidar la tarea histórica del movimiento sindical en la defensa de los trabajadores, la protección de sus derechos, condiciones laborales y de vida.
Nuevamente fue elegido en 1961 secretario general de la CTC (XI Congreso Nacional Obrero) hasta 1966 y otra vez más, la última de su revolucionaria existencia, durante el XIII Congreso de 1973.
También fue vicepresidente de la Confederación de Trabajadores de América Latina y vicepresidente de la Federación Sindical Mundial, cargo que desempeñaba al fallecer el 11 de marzo de 1974.
Dado ese largo historial, no resultaba ajeno su manifiesto empeño antioligárquico y antiimperialista, por tanto, en aquella conversación concluida entrada la madrugada porque decidimos no atosigarlo más, se mostró como siempre suspicaz, incisivo.
E intuitivamente nos solicitó más datos de lo que fraguaban algunos supuestos dirigentes vendidos a la CIA y a la burguesía nacional, empeñados en dividir con el anticomunismo que aún subsistía, al movimiento obrero al que tanta unidad él inculcaba.
Al despedirse, todo un gran caballero, pretendió acompañarnos hasta la puerta, lo que rechazamos plausiblemente pero no faltó por ello, intentando alzar su ya poco audible voz, la ratificación de decisiones previas…
“No les tiemblen las manos, hay que defenestrar y desenmascarar a todo hijo de p… que se oponga a la unidad de los revolucionarios y a Fidel”. “Ustedes, junto al Partido y el Minfar, son el puño de hierro que garantiza a los trabajadores el poder”.
Sería un Congreso difícil; algunas utopías iniciales del proceso revolucionario fueron enmendadas, como el salario histórico y la Resolución 270 que premiaba monetariamente a colectivos enteros por resultados de la emulación.
Quedó ratificada la plenitud de vigencia del trabajo voluntario promulgado por el Ernesto Che Guevara y otros aspectos no apreciados entre los más atrayentes, aprovechados por falsos dirigentes como terreno fértil para intentar confundir a los trabajadores, cizañando con la falsa tesis de que constituían logros que no debían suprimirse.
Por ello, Lázaro Peña desde un principio, en la sesión inaugural, afirmó que era la primera vez en que la preparación de un Congreso incluyó asambleas en las cuales se debatieron previamente todas las tesis con temas generales.
Se originó, según atestiguaba, “la discusión más extensa, democrática, profunda y aleccionadora de toda la historia del movimiento sindical cubano donde los trabajadores, en las más de 40 mil asambleas celebradas, podían permanecer e intervenir libre y espontáneamente”.
El Comandante en Jefe Fidel Castro, en la clausura del evento, derrochando esa mezcla de visión estratégica y sentido táctico que siempre lo caracterizó, expuso: “Las cuestiones discutidas en las tesis tocan muy de cerca puntos esenciales del proceso ideológico y político de nuestra Revolución.
“Pero las decisiones que aquí se tomaron, aunque expresan -como señaló el compañero Lázaro Peña en su informe- el criterio de la dirección política del país y de nuestros trabajadores, no fueron establecidas en virtud de una decisión del Partido, sino que han sido ampliamente discutidas en el seno de nuestros trabajadores.
“No se impone un punto de vista; se discute con los trabajadores. No se adoptan medidas por decreto, no importa cuán justas o cuán acertadas puedan ser. Las decisiones fundamentales que afectan a la vida de nuestro pueblo, tienen que ser discutidas con el pueblo y esencialmente con los trabajadores”.
Al final, los acuerdos fueron aprobados concienzuda y democráticamente imponiéndose a detractores y enemigos de clase, para al término del evento volver a elegirlo.
Dado lo cual, Fidel sentenció: “Y de manera unánime los dirigentes que hoy integran el Comité Nacional, hablando en nombre de los trabajadores, expresaron que el sentimiento de los obreros cubanos es que el compañero Lázaro Peña debía ser el Secretario General de la CTC.
“El compañero Lázaro desempeñaba un importante cargo en la dirección del Partido, pero por la enorme importancia que tiene para la Revolución este movimiento obrero vigorizado, la dirección del Partido aceptó que el compañero Lázaro formara parte de la candidatura y pasara a trabajar directamente a este frente obrero”.
“Esta elección constituye, en primer lugar, un tributo a un compañero que ha dedicado toda su vida a la causa de los trabajadores; constituye un reconocimiento a su condición de maestro de cuadros sindicales.
“Porque nos decían los dirigentes obreros que Lázaro ha sido para ellos como un maestro, y que durante estos meses junto a él aprendieron más de cuestiones del movimiento obrero, y de trato con los obreros, y de tareas sindicales, que lo que habían aprendido antes en toda su vida”.
“Pero es también un reconocimiento al extraordinario talento del compañero Lázaro Peña para tratar y para dirigir a los trabajadores (…), ha sido además el alma de este proceso que precedió al Congreso, desde que se trabajó en las tesis hasta la celebración”.
Su deceso apenas transcurridos cuatro meses en que se apagaran los vítores de aquel memorable evento obrero, constituyó una pérdida irreparable para la Revolución.
El pueblo desfiló ante su féretro durante horas en la Plaza de la Revolución, en masiva demostración de dolor, hasta el lugar donde reposan sus restos, en el Panteón de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Fue una de las manifestaciones de duelo popular más sentidas, concurridas y también de las más tumultuosas, al extremo que dado el incontenible hacinamiento, se decidió cerrar los portones de las inmensas rejas del campo santo que dan acceso a la calle Zapata bajo el argumento de que ya no cabía nadie más, y a pesar de su enorme altura y fortaleza, la multitud, en estampida, las vulneró haciéndolas abrirse abruptamente.
En la despedida del duelo, Fidel inmortalizó por siempre a Lázaro Peña al calificarlo como “el Capitán de la Clase Obrera”.