Han pasado 55 años desde aquel día en que la cobardía y la maldad —siempre andan de jimaguas—, gracias a un golpe de pura suerte, pensaron que habían acabado para siempre con el Comandante Ernesto Che Guevara cuando en realidad este guerrillero de acción y estampa era inatrapable entre tierra y cielo.
Peleó como un león en Bolivia aquel 8 de octubre de 1967. Sin rendirse, después de una heroica resistencia, herido e inutilizada su arma, pudo ser capturado y después fue vilmente asesinado. Cuando su mísero y cobarde matador tembló, al ver aquella imagen de dignidad y decoro, el Che le enfatizó: Apunte bien, ¡va a matar a un hombre!
Fue en ocasión de la llegada de sus restos, el 17 de octubre de 1997 al Complejo Escultórico que lleva su nombre en Santa Clara, que Fidel con emocionadas palabras vaticinó lo que iba a venir.
«…Veo al Che como un gigante moral que crece cada día, cuya imagen, cuya fuerza, cuya influencia se han multiplicado por toda la tierra. ¿Cómo podría caber bajo una lápida? ¿Cómo podría caber en esta plaza? ¿Cómo podría caber únicamente en nuestra querida, pero pequeña Isla? Solo en el mundo con el cual soñó, para el cual vivió y por el cual luchó hay espacio suficiente para él», enfatizó.
Fidel se refirió también en aquel memorable discurso a que no venimos a despedirlo a él y sus heroicos compañeros, sino a recibirlos, porque veía al Che y a sus hombres como un refuerzo, como un destacamento de combatientes invencibles que llegan a luchar junto a nosotros y a escribir nuevas páginas de historia y de gloria.
Eso precisamente ocurrió, ocurre, mientras a sus asesinos asalariados de la CIA, la historia les pasó esa cuenta llamada ignominia, y vivieron, a no dudarlo, el sufrimiento de ver agrandarse en la inmensidad el ejemplo e influencia del Che.
A la vuelta de 55 años de aquel anhelo de libertad que fue la guerrilla de Bolivia comandada por el Che, no hay causa justa en el mundo que no se asocie, aunque sus enemigos lo intentan silenciar, a su legado. Él ha marchado, marcha, en brazos de multitudes desposeídas que enarbolan su imagen legendaria o la llevan lozana en la memoria indicando que van detrás de sus raíces.
La América de hoy tampoco resulta propiamente en lo social y político igual que aquella plagada de dictaduras militares, donde las voces de los desposeídos poco contaban. Hubo, en mayor o menor medida, que tenerlos más en cuenta: los movimientos progresistas y las fuerzas de izquierda se fueron consolidando e, incluso, hasta los partidos de corte netamente capitalista introdujeron modificaciones para atenuar en cierta manera su crudeza.
No suele hablarse claramente de que detrás de esos cambios estuvo la influencia determinante y decisiva del legado del Guerrillero Heroico, debido al temor que tenían sus enemigos de perder totalmente el dominio impecable que ejercían antes.
Luego, jamás lo admitirán, en vez de tener el valor de reconocer esa verdad, asocian su legado con lo irrealizable, mientras les ha crecido delante de sus narices a pesar de sus esfuerzos por extinguirlo.
Esa prueba irrefutable trasciende y cobra especial significado en su monumento en esta ciudad donde miles y miles de personas de todo el mundo acuden a rendirle tributo.
Vienen hasta los que totalmente tampoco coinciden con su ideología, porque en declaraciones han señalado que si bien no comparten todas sus ideas, merece el respeto un hombre que es capaz de morir por el bien de los demás.
Vienen desde el simple trabajador, el encumbrado intelectual, el político, los religiosos de diversos credos, en fin, hombres y mujeres de todas procedencias sociales e ideologías.
Para muchos simplemente es un santo al que veneran, le imploran, le piden milagros, le realizan promesas y le envían sus ofrendas de alto valor personal y sentimental.
Su monumento en Santa Clara deviene testigo de ese amor que lo cobija y perpetúa en este mausoleo que ayudó a levantar con sus brazos el pueblo villaclareño.
El Che es especialmente íntimo acá desde que liberó esta ciudad y la enrumbó en el desarrollo, y para muchísimos si hay que ir al rencuentro en algún lugar no se puede dejar de venir a Santa Clara.
Este sábado volverá de nuevo la plaza a mostrar, a 55 años de su caída en combate, que sus enseñanzas y filosofía no se han asumido en abstracto, que supervive empujando la rueda de la historia a favor de humanidad. ¡Gracias, Che, por despertar nuestras conciencias!