Gastor; el cuñado del tío Félix, era el boyero por excelencia del batey, cualquiera allí araba y conducía bueyes en un momento dado; pero él tenía sus mañas porque; en realidad, no había hecho otra cosa en su vida que arrear y guardar a estos animales.

Si papá necesitaba preparar un terreno para sembrar, acudía a Castor; quien con su yunta pasaba la grada, araba y surcaba; mii padre y mi padrino se encargaban de echar la semilla en el surco y taparla con los pies.

Para los muchachos era todo un espectáculo verlo arrear a Sinsonte y Sabanero surco arriba; surco abajo; aguijón en mano, a veces puyándolos e injuriándolos; a veces acariciándolos con la voz.

Nosotros solíamos seguirlo por el campo arado, aunque a menudo preferíamos verlo trabajar durante la mañana entera sentados a la sombra de una mata de mango, en tanto admirábamos su resistencia al calor y al ardiente sol.

Como todo el mundo, Gastor tenía también su lado oscuro: el mal genio. Recuerdo una vez que perdió la paciencia porque Sinsonte y Sabanero confundieron sus órdenes; el boyero, furioso, libró a uno de los bovinos y tomó su lugar, con lo que obligó al otro animal a retomar el surco.