Ni aprobación bondadosa ni ira insultante, ni complicidades oportunistas ni histerias malintencionadas: Martí, consumado periodista e intelectual, tenía muy claro que eran otros los deberes de la prensa en una nación libre, y así lo hizo notar.
Para el Apóstol, esa función cívica del periodismo podía resumirse en cuatro palabras: “proposición, estudio, examen y consejo”. Y precisamente ha sido esta una de las más diáfanas definiciones sobre el oficio de reportero, que hayamos heredado los habitantes de Nuestra América.
Es cierto, mucho ha llovido desde entonces. Martí no conoció la radio, ni la televisión, ni el Internet, ni muchísimo menos, la inteligencia artificial. Los grandes sucesos geopolíticos del siglo XX, que también marcarían el devenir de los medios de comunicación en todo el mundo, eran todavía una lejana nube gris en el futuro. Las fake news, aunque mortificaran y desorientaran a la opinión pública, carecían de un vehículo de propagación tan eficaz como las redes sociales digitales.
No obstante, hay hombres y mujeres que se adelantan a su época y componen ideas que ya nunca más perderán vigencia. Ese es el caso de Martí, quien nos legó un modelo de periodismo militante y genuinamente honesto, al que siempre terminamos por volver. Quizá, porque la prensa, para ser justa, debe tomar partido por los humildes y no caer en las equidistancias y las neutralidades.
Toca a los medios de comunicación —indicaba el Maestro— “encaminar, explicar, enseñar, guiar, dirigir”. Les corresponde también “proponer soluciones, madurarlas y hacerlas fáciles”, estudiar las graves necesidades del país y fundar sus mejoras. Esas, y muchas otras, eran las altísimas misiones que concebía para la prensa, y seguramente se habrían materializado en la república, si al proyecto martiano no lo hubiesen traicionado y enterrado fríamente.
Pero las semillas acaban por germinar tarde o temprano. Y las enseñanzas de Martí, como la hierba incansable, brotan a cada rato, sin avisos previos. En esos momentos vuelve a discutirse la cuestión de cómo hacer un periodismo realmente ético, útil y atractivo. Hoy ese debate no es menos importante, pues el destino de la Revolución Cubana está ligado a la credibilidad, los consensos y la capacidad para dar la batalla cultural, que tenga el sistema de medios públicos.
En tales circunstancias, redefinir el funcionamiento de la prensa cubana, quitarle de encima trabas y disfuncionalidades, y convertir en costumbre y tradición democrática lo que ya mandan nuestras leyes, no puede ser otro punto más en la apretada agenda de una reunión, ni posponerse bajo el pretexto de las carencias en la agricultura o la producción industrial. La vida espiritual de un pueblo es tan importante como su prosperidad material. Si esta alimenta al cuerpo, aquella mantiene saludable al alma; y entre una y otra debe encontrarse el equilibrio.
Ese balance ideal también requiere de una prensa fuerte, eficaz, que cuente con los recursos económicos y humanos necesarios para su labor, pero que también tenga la mayor capacidad posible para decidir qué se publica y qué permanece en el tintero.
Que los medios cubanos tienen muchísimo que cambiar aún, que se necesita una verdadera revolución en el ejercicio periodístico, que las incomprensiones y los burocratismos le cortan las alas al reportero, son algunas ideas repetidas muy a menudo dentro del gremio y, dan a entender la complejidad del problema.
Puede que todas estas contradicciones estén ligadas al carácter tornadizo de una época en la que no se es ni una cosa ni la otra, y donde —si tomamos prestada una idea de Gramsci— las viejas formas de hacer periodismo se mueren, y las nuevas aún no han nacido.
Precisamente, nos encontramos ahora mismo en ese claroscuro ideológico, del que surgen con igual fuerza las esperanzas y las abominaciones.
La pregunta sería cómo salir de allí, y la respuesta paradójicamente puede encontrarse en un veterano corresponsal de prensa quien, mientras preparaba la liberación final de su país, fue capaz de mezclar periodismo y literatura en textos que siguen leyéndose y celebrándose en pleno siglo XXI.
Por ello, cada 14 de marzo, en el aniversario de la fundación del periódico Patria, resulta imprescindible regresar a Martí y a sus definiciones sobre la prensa. No como simple tradición patriótica, sino con el propósito de mirarnos por dentro y reflexionar cuánto debemos cambiar aún.