A sus 21 años Miguel Antonio Herrera Hernández, un joven de estos tiempos, de los que forjan y construyen con la labor de sus manos y el sudor de la frente; no dudó en formar parte del contingente eléctrico de Ciego de Ávila, que presto colaboración en el occidente de Cuba tras los embates del huracán Ian.
Él estaba ahí, en el primer grupo que salió de la provincia, dispuesto como el más experimentado acróbata de las alturas, este liniero de la brigada de inversiones henchido su pecho de emoción cumplía el sagrado deber de ayudar a los necesitados.
A sólo ocho meses desde que recibiera el título de Liniero, llegaba la primera prueba de fuego para poner en práctica todo lo aprendido y había que hacerlo, y hacerlo bien, porque en el oficio los errores cuestan.
Primero fue el municipio habanero de Playa, donde en menos de una semana lograron restablecer el servicio, para inmediatamente poner rumbo a Pinar del Río, provincia donde el huracán mostró su potencial furia.
Fue allí donde la realidad le golpeo el rostro y sobre su piel las miles de historias agrupadas; rachas que superaban los 200 kilómetros por horas, familias que lo perdieron todo y, sin embargo, colaboraban con la brigada, como el campesino que presto la yunta de bueyes para poder trasladar los postes, pues el camino estaba muy malo y el carro no podía entrar con ese peso.
“De Titanes fue la tarea, es difícil expresarlo, pero en mi corazón vivirán por siempre”, así lo asegura mientras sus ojos se humedecen, el trabajo fue duro, pero lo recompensa no se hizo esperar en cada rostro agradecido, en cada sonrisa de un pueblo que los acogió como hijos y los despidió como verdaderos héroes.