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¡Abandono!

El verano está casi aquí. Tarde no es para hacer planes. Hay tiempo para alistar la maleta. Sí son menos las oportunidades de gestionar hospedaje y luego disfrutar de la prestación de los servicios en los centros recreativos a precios menos abusivos y especulativos.

Muy bien lo saben aquellos que, por no zambullirse en las profundidades de los problemas en busca de mejores soluciones, dejaron morir en la orilla una costumbre arraigada, hoy codiciada por los trabajadores: pasarla bien junto a seres queridos, amigos y compañeros de trabajo, especialmente en la temporada vacacional.

Tal vez algunos lectores consideren que el asunto a colación es como la esencia de una historia olvidada. Para rememorar gratas experiencias y compararlas con las de la actualidad, escudriñamos en el archivo hasta encontrar una publicación del 24 de agosto del 2014, titulada Una de azúcar y otra de sal.

Comenzaba a notarse más salada la temporada estival para los trabajadores de los centrales Ciro Redondo y Enrique Varona —por solo citar dos colectivos y un sector estratégico de la economía—, quienes se quejaban del cierre de las villas para la recreación en la playa de Punta Alegre, del municipio de Chambas.

“¡Nos quitaron el plan vacacional!, lo único que teníamos para disfrutar con nuestros hijos”, decía un mecánico. “Siempre a nuestros albergues en la playa les pasaban la mano antes de las vacaciones, ahora están abandonados a su suerte”, comentaba un innovador. Una fundadora del centro, ejemplificaba: “Hay que mejorar las tuberías de agua potable y del desagüe, necesitan nuevas persianas siete cabañas. Hace mucho tiempo los dormitorios requieren una reparación y solo le han hecho arreglitos”.

La soledad y el silencio se fueron confabulando allí para facilitarle alojamiento a la inercia y la ilegalidad.

De regreso recientemente al lugar (11 años después) conocimos que el deterioro, y luego el huracán Irma en 2017, se hicieron cargo de aquellos inmuebles para la recreación de los azucareros.

Sin embargo, vecinos opinaron que los culpables por excelencia fueron el poco interés por recuperarlos y el conformismo de cerrarlos por ser vulnerables a los fenómenos meteorológicos cerca del mar. Entonces, de lo que no se llevó el ciclón, se encargaron personas que los ocuparon porque se quedaron sin casas.

Así murió una tradición y nació lo que hoy le llaman La Favela.

Por otro lado, la destrucción y la basura se alojaron en el suburbio ruinoso en que se ha transformado el motel La Arboleda, del antiguo Minaz, después, perteneciente a la Empresa Provincial de Alojamiento, con una gestión que comenzó bien en 2016 y empezó a torcerse, y en la actualidad deviene hospedero del infierno, en la Ciudad de los Portales.

Tras el cambio de “dueños”, se advertía de la involución cuando la gestión iba en picada en 2019: Un elemento que también atenta contra las visitas a estos sitios es el deterioro considerable de sus condiciones de infraestructura. Es una opinión no aislada entre los que vieron el antes y el ahora.

Uno de esos visitantes asiduos, que disfrutaba del confort, las variadas ofertas y el buen trato, hace poco miraba con asombro cómo La Arboleda se deshoja a pedazos. La piscina, su mayor atracción, está tan seca como desmantelados los que fueran el restaurante, las habitaciones, el salón de reuniones, el rancho bar El Criollo… Todo colapsó.

Me atrevo, pues, a sugerir que, si alguna vez existiera la posibilidad de volver a ponerse en manos del antiguo Minaz, hoy Grupo Azcuba, pudiera materializarse una acción cooperada de rehabilitación por parte de las Empresas Agroindustriales Azucareras Ciro Redondo, Primero de Enero, Ecuador y Enrique Varona, con el apoyo de entidades de logística y prestación de servicios del propio sector.

Por supuesto, no es cuestión de invertir, arreglar y luego “quitarle lo bailado” a los salvadores. Ni se trata de una metamorfosis infraestructural a prisa, cuando casi está a las puertas una nueva etapa veraniega.

Lo cierto es que Héroes del Trabajo de la República de Cuba, operadores millonarios de combinadas cañeras y trabajadores destacados de la agroindustria azucarera, jamás han podido disfrutar con su familia como en aquellas villas, víctimas de procesos de redimensionamiento, reordenamiento y semejantes.

Tampoco han podido reactivar su exclusiva invención, por los avatares del día a día, el colectivo de la unidad Ferroazuc Ciro Redondo, donde a base de eficiencia en el uso racional de los portadores energéticos, estimulaban a sus obreros mediante un motel rodante que estacionaban cerca de una playa en los meses de verano.

La opción recreativa conocida como Noche Azucarera, con vistas a estimular esfuerzo y resultados en industrias y cañaverales, es como las cañas requedadas de cosechas precedentes que se secaron y convirtieron en materias extrañas.

Queda en el escenario laboral el aprovechamiento de la gota de combustible ahorrada para los viajes a la playa en la modalidad de pasadía y fortalecer el homenaje a hombres y mujeres con la entrega de condecoraciones y títulos honoríficos, cuya tarea, esta última, requiere elevar el rendimiento potencial de gestión.

Trabajar, trabajar y trabajar no puede ser una alternativa, pero tampoco la única opción para los protagonistas de los hechos económicos, quienes ven hoy como, en sitios con alojamiento, como La Arboleda y similares, el abandono pidió prórroga y se quedó.

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