No solo su timbre singular, sino su histrionismo en escena consolidaron a Sheila Mora como una leyenda irrepetible de la música avileña. Su adiós definitivo deja un vacío tanto en el pentagrama local como en la otrora vibrante vida bohemia de los cabarets de la tierra de la Piña.
Fue, sin duda, la diva bohemia del terruño. El bolero Una vez a la semana, del compositor avileño Raúl Figueredo, aún resuena en la memoria colectiva gracias a su interpretación estentórea, acompañada solo por una guitarra como por una orquesta completa.
Poseedora de una rara contralto, la voz femenina más grave, Sheila destacaba por su profundidad y riqueza tonal. En ella, esa gracia natural se transformaba en un carisma místico, un canal a través del cual cantaba emociones y desengaños, penas y alegrías, esperanzas y sueños.
Su trayectoria se forjó temprano: a los 8 años ya rasgaba la guitarra, rumbo que la llevaría a graduarse de Instructora de Arte en Música en el Centro de Superación Profesional y Artística, formada por maestros fundamentales como Jesús Lacerda y César Alberti, a quienes siempre rindió tributo.
Su hoja de ruta artística brilló con hitos: un premio en “Todo el Mundo Canta” (1985), actuaciones en innumerables festivales y el privilegio de compartir escenarios con leyendas como Elena Burke y Pablo Milanés.
Pero fue el homenaje por sus 20 años de carrera, dirigido por Raúl de la Rosa en el Teatro Principal, su momento cumbre. Allí, enfrentó el desafío de interpretar a Dolores Santa Cruz de la zarzuela Cecilia Valdés.
“Fue algo maravilloso que marcó un antes y un después”, confesó a la periodista Idania Pupo Freyre, subrayando la dificultad del vestuario, la postura y el canto exigente, logrado ante un teatro colmado.
Para Sheila, los cabarets fueron su escuela esencial: “Nos enseñan a manejar vestuario, maquillaje fantasioso y a conectar con un público exigente”, solía afirmar.
Por eso criticó con dureza la ausencia de estos espacios en Ciego de Ávila: “Es increíble que… no exista un centro nocturno con buen espectáculo”, lamentando especialmente el abandono de íconos como el cabaret Las Piñas.
Este arraigo a la noche y al arte vivo le valió, con justicia, el epíteto de “la diva bohemia”. Un título que resonó con fuerza durante su simbólica despedida en la reapertura del Teatro Principal.
Allí, Patricia Hernández, Marlenin Pina y un elenco de excelentes artistas avileños honraron a la leyenda con fastuosidad, en el mismo coliseo que tantas veces acogió, en su proscenio, la humildad, el talento, la gracia y el carisma imperecederos de Sheila Mora.