El martes 28 de octubre la Asamblea General de las Naciones Unidas volverá a vivir un día ajetreado, tal y como viene sucediendo desde que en 1992 Cuba presentara ante ese organismo una resolución de condena contra el bloqueo económico, comercial y financiero del Gobierno de los Estados Unidos contra nuestro país, la cual año tras año recibe un apoyo mayoritario de las naciones con derecho al sufragio.
Las presiones para cambiar un voto desde entonces han ido desde chantajes económicos a naciones europeas y africanas hasta llamadas personales a algunos presidentes para que sus representantes no aprieten el botón a favor de la propuesta que expone nuestra diplomacia, como digna defensora de los derechos humanos de un pueblo ante la potencia política y económica más grande de la historia, en fase imperialista.
Este año no cabe duda de que volveremos a ganar y no por una nariz como en carreras de velocidad, sino por la clásica milla aplastante, a pesar de las cartas y amenazas que en las últimas semanas la pandilla de Marco Rubio ha repartido en el mismísimo Nueva York, las cuales fueron denunciadas esta semana por nuestro Canciller.
Sabemos de sobra que el aliado más cercano del imperio volverá a hacerle compañía en sus justificaciones del bloqueo y quizás le flaqueen las piernas a algún otro porque el contexto internacional ha girado peligrosamente a compartir y deberle a Trump no pocos favores.
Sin embargo, el martes 28 de octubre ni la presión más grande podrá evitar que el mundo vuelva a levantarse desde las razones humanas más fieles y la votación en Naciones Unidas sea otro respaldo a una Revolución que ha sido lo que ha podido y no lo que ha querido; pues impedir el acceso al mercado con nuestros productos, perseguir a cuanto negocio intente comercializar con nosotros y apostar a la muerte de un pueblo por hambre y enfermedades no tiene otro nombre que bloqueo.
Votación final: Cuba, miles de manos levantadas. Estados Unidos, arrodillado por sus mentiras.
