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Trampas y desequilibrios energéticos en Latinoamérica y el Caribe

 Indicadores energéticos denotan avances en Latinoamérica y el Caribe, pero la región continúa sin lograr un cambio estructural en sus matrices de producción, mientras crece el empleo de recursos naturales con insuficientes aportes al desarrollo sostenible.
Datos de la Organización Latinoamericana de Energía (Olade) avalan los progresos relativos que contribuyen a la descarbonización de las economías y al cumplimiento de los compromisos climáticos del Acuerdo de París, suscrito en 2015.

Según reveló el organismo, en la generación eléctrica regional, las energías renovables pasaron de 53 por ciento en 2015 a 65 en 2022 y en la oferta total, la participación subió de 24 a 28 puntos porcentuales, siguiendo igual comparación.

Al mismo tiempo, la cobertura eléctrica total avanzó del 96,5 por ciento en 2015 al 97,5 en 2022 y las emisiones totales de dióxido de carbono (CO2) del sector energético bajaron de mil 993 millones de toneladas a mil 849 millones, indicó la Olade en su informe.

Hasta el momento, el proceso de transición energética en el área centró su atención en la matriz de generación eléctrica, un esfuerzo loable, pero insuficiente para encarar los desafíos del desenvolvimiento sostenible en términos socioeconómicos y medioambientales.

Por los cálculos de la Olade, la electricidad representa en la actualidad alrededor de un 20 por del consumo final de energía en la región y más del 60 por ciento de ese consumo corresponde a fuentes de origen fósil, aunque prevalecen notables diferencias entre los países.

Los porcentajes anteriores ayudan a entender la necesidad de mayores esfuerzos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, fundamentalmente las de CO2, en los sectores de consumo final, sobre todo en los más intensivos en el uso de energía, entre ellos, el transporte y la industria.

De acuerdo el análisis, la electricidad de origen renovable, la biomasa moderna y el gas natural, han sido hasta ahora las fuentes de transición disponibles para reducir emisiones de carbono en las esferas del consumo final.

Sin embargo, hay segmentos en los que las fuentes limpias tienen dificultades para penetrar; a saber, el transporte aéreo, marítimo y de carga pesada por carretera e industrias como la cementera y siderúrgica, corroboró el diagnóstico.

Algunos países vislumbran la posibilidad de introducir nuevos vectores limpios, entre ellos, el hidrógeno y el amoniaco verdes y los combustibles sintéticos, a fin de encarar el problema, apreció el secretario ejecutivo de la Olade, Andrés Rebolledo, en la más reciente edición del Panorama Energético de América Latina y el Caribe.

Esta zona del planeta, estimó la Cepal, alberga casi 20 por ciento de las reservas mundiales de petróleo, al menos 25 de algunos de los metales estratégicos y más de 30 de los bosques primarios y el agua dulce.

Mientras las actividades económicas basadas en los recursos naturales representan solo 12 por ciento del valor agregado, 16 puntos porcentuales del empleo y la mitad de las exportaciones del área, sopesó la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).

Junto a los probados y potenciales beneficios, crecen los impactos sobre el medio ambiente y las desigualdades sociales, eso subraya la necesidad de un cambio estructural en las matrices de producción y energía, reiteró la agencia de Naciones Unidas.

El “Panorama de los recursos naturales en América Latina y el Caribe”, publicado por la Cepal en abril de 2024, valora el papel de esos bienes, tanto renovables como no renovables, en el desenvolvimiento económico e invita a avanzar hacia un modelo de desarrollo que incorpore los principios de sostenibilidad y equidad.

En un escenario de transición energética, los cambios deberían adecuarse a las necesidades y capacidades de los países para que los beneficios y costos del proceso se distribuyan de acuerdo con el principio de equidad entre los hogares y los sectores económicos.

La dimensión justa de la transición energética debería tener en cuenta un imperativo ineludible: la protección de los empleos, ingresos y negocios de las personas y su abastecimiento de energía, lo que señala la importancia de impulsar de manera simultánea e integral la diversificación en el plano energético y productivo en general, argumentó el diagnóstico.

En tal sentido, la Cepal recomendó a los Estados planificar la estrategia de abandono gradual de las energías fósiles, lo cual podrá diferir según las necesidades, las capacidades y los contextos específicos de cada nación, teniendo en cuenta, en particular, si se trata de un país productor o no de hidrocarburos y cuán desarrollada esté su industria de petróleo y gas natural.

Además, abundó, los combustibles fósiles cumplen funciones que las energías renovables y limpias no pueden asumir en la actualidad con la generación de electricidad, así sucede en las aplicaciones industriales para la producción de acero, cemento y productos químicos.

Tampoco sería justo exigirles a las naciones del Sur Global, con reservas de petróleo y gas que renuncien a servirse de esos recursos, que ampararon y siguen respaldado el progreso de grandes potencias económicas en el mundo.

El uso más sostenible de los combustibles fósiles constituye un complemento necesario a las opciones para lograr una transición energética justa; la penetración de las energías renovables y limpias y la mejora de la eficiencia energética, sopesó la Cepal, no son los únicos factores que pueden contribuir a las agendas mundiales.

En consecuencia, opinó, la transformación, además de gradual, debe ser pragmática, de modo que los países menos adelantados asuman compromisos factibles para alcanzar su desarrollo sostenible y contribuir a la lucha contra el cambio climático.

Las inversiones deben ser tanto en energías fósiles más sostenibles (con secuestro y gestión de las emisiones) como en energías bajas en carbono, y han de programarse junto con la estrategia de abandono de los combustibles fósiles, propuso la entidad de Naciones Unidas.

Para tales fines, las naciones latinoamericanas y caribeñas requieren inversiones extranjeras directas, así como la transferencia de conocimientos y tecnologías, los cuales podrían favorecer, a la vez, la creación de capacidades para diversificar la estructura productiva.

A juicio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el área figura entre los punteros del proceso de transición energética internacional, por las capacidades instaladas en hidroeléctricas, plantas solares y eólicas.

Sin embargo, para alcanzar el objetivo de cero emisiones netas para 2050, hace falta acelerar el ritmo de inversiones en electro-movilidad, redes de transmisión eléctrica, hidrógeno verde, tecnologías de almacenamiento e integración energética, un desafío que los gobiernos no pueden enfrentar por sí solos, consideró el BID.

Aunque hay avances, los más recientes pronósticos de la Cepal para 2024 plantean que el Producto Interno Bruto (PIB) regional podría registrar este año apenas una expansión del 2,1 por ciento como promedio.

La previsión no expresa un problema meramente coyuntural, la zona continúa sumida en una crisis de desarrollo, caracterizada por tres trampas que se refuerzan mutuamente: la trampa del magro crecimiento económico, la inherente a alta desigualdad y escasa movilidad social y la asociada a la baja capacidad institucional y la gobernanza ineficaz, reiteró la entidad de Naciones Unidas.

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