La participación de seis millones 164 mil 876 cubanos (75,87 por ciento) en las elecciones nacionales del pasado 26 de marzo, resultó un golpe para quienes desde el exterior promovieron campañas a favor de la abstención.
Que la mayor parte de los ocho millones 129 mil 321 personas con derecho al sufragio en la isla acudieran de forma voluntaria a las urnas, en un país que no establece sanciones para quienes decidan no participar, tiene mucho de respaldo al sistema de la nación caribeña.
La narrativa foránea, no obstante, intenta desvirtuar el resultado que derivó en la elección de los 470 diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular (parlamento), a partir del análisis frío de las cifras sin valorar el contexto.
Ciertamente los comicios de 2018 para votar al legislativo contaron con la presencia del 85,65 por ciento del total de electores, pero que después de 243 medidas de recrudecimiento del bloqueo económico de Estados Unidos, y tras el impacto de una pandemia y la crisis multidimensional derivada de esta, la ciudadanía mantenga niveles altos de asistencia, no puede pasar desapercibido.
Tampoco el hecho de que Cuba tiene resultados mucho mejores que otros países del mundo, “democracias” y procesos electorales a los que nadie pone en duda.
Solo por poner un ejemplo, según datos del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag), institución dedicada al análisis de los fenómenos políticos, económicos y sociales de los países de la región, el 75,87 por ciento de la isla se sitúa por encima de la participación electoral de una buena parte de estos.
De acuerdo con el análisis de Celag de las últimas elecciones presidenciales hasta noviembre de 2022 en 17 países del área, la participación de los cubanos en los comicios es superior a la de otras naciones donde el voto no es obligatorio, y donde la asistencia se mueve alrededor del 55 por ciento como promedio.
También es mejor que en países donde es reglamentario, pero no existe sanción por dejar de acudir, en los cuales el promedio alcanza un 65 por ciento.
Sin embargo, ninguno de esos Estados ha sido sometido a un proceso de asfixia económica que en más de seis décadas supera los 154 mil 200 millones de dólares, a precios corrientes, y mucho menos debió enfrentarse a una intensa campaña mediática de descrédito; aun así, ahí están los resultados.
No se trata de mirar con complacencia los números de la isla, que tienen que convertirse en lecturas y aprendizajes, pues Cuba no está exenta de un fenómeno social internacional de desconexión de las personas con la institucionalidad; pero precisamente porque aspira a avanzar en un modelo de sociedad diferente, es que debe analizar el asunto en su justa medida y dimensión.
El propio presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, al hablar del tema en la reunión más reciente del Consejo de Ministros, afirmó que la valoración debía tener en cuenta tres elementos esenciales: la significación de la victoria; los aprendizajes que se derivan, sin autocomplacencia; y las prioridades con que se debe dar seguimiento al proceso.
La manera en la que se perfeccione el Gobierno y se establezcan las relaciones entre diputados y electores también será fundamental de cara al futuro, añadió.
Mas no por ello se puede olvidar que tras meses de apagones y carencias materiales de todo tipo, el pueblo cubano acudió en mayoría a las urnas, no una vez, sino tres en los últimos seis meses (referendo sobre el Código de las Familias, elecciones municipales y elecciones nacionales).
De esa manera echó por tierra las campañas foráneas y ratificó la decisión de seguir adelante con su sistema político, uno que rompe todos los moldes en los que quieren encasillarlo.