En este momento estás viendo Pintor de la palabra y poeta del lienzo
Fayad Jamís es uno de los más completos intelectuales cubanos de la segunda mitad del siglo XX. Foto: Oficina del Historiador La Habana

Pintor de la palabra y poeta del lienzo

Este mes se cumplieron 95 años del nacimiento de Fayad Jamís, figura clave de la cultura cubana

En la década del 40 del pasado siglo, un guajirito radicado en Guayos, provincia de Sancti Spíritus, anhelaba estudiar Artes Plásticas en la Academia de San Alejandro; también quería andar La Habana hasta el cansancio y viajar a París; aunque tales aspiraciones no le impidieron amar ese poblado al centro del país, donde hoy descansan sus restos.

En aquellos sueños de juventud ya se avizoraba el talento en la poesía y la pintura del que fuese uno de los más destacados exponentes de la cultura cubana: Fayad Jamís (1930-1988), de cuyo nacimiento se cumplieron, este 27 de octubre, 95 años.

Cuando le preguntaban por su origen, con gran orgullo afirmaba ser de la Isla y amarla, aunque hubiese nacido en México. De padre libanés y madre mexicana, debió adaptarse a la vida errante de sus progenitores. Quizá fue tal ascendencia la que le permitió concebir una obra plástica y literaria impregnada de valores universales.

Finalmente, aquel joven aventurero se instaló en La Habana. Visitó exposiciones, se vinculó a escritores y artistas de renombre, e inició sus estudios en San Alejandro, pero por poco tiempo. Esas experiencias incidieron notablemente en la trayectoria del pintor abstracto, cuyas primeras obras denotaban influjos alejados de los cánones de la época.

Ya gozaba de cierto prestigio en la Isla cuando marchó a París en 1954. Allí se convirtió en «un vagabundo del alba que recorría los altares del arte, pero en mis adentros me golpeaban las olas del Caribe, porque París sirve para muchas cosas, entre ellas, de prismático para ver quizá más cerca y mejor de lo que uno se siente parte: Cuba».

Esa etapa en el extranjero resultó una de las más prolíficas en la carrera de Fayad. Bajo el auspicio de André Bretón (conocido como el padre del surrealismo) organizó una de sus primeras exposiciones, con obras de un fuerte colorido y pinceladas espontáneas.

De regreso a Cuba nuevas vivencias le esperaban. Ocupó importantes responsabilidades junto a la intelectualidad de la época, y su vínculo con el proceso revolucionario se percibe en su poemario Por esta libertad, merecedor del Premio Casa de las Américas, en 1962.

¿Fue Fayad poeta o pintor? Que nadie se asombre, al recurrir a su obra, ante la posibilidad de leer en sus cuadros y valorar elementos plásticos en sus escritos, ya que la crítica ha reconocido ampliamente su capacidad de entrelazar ambas manifestaciones artísticas.

Él mismo se definió de forma clara: «Hombre que escribe poesía para el alma y pone el alma en la pintura. De la poesía dije en alguna parte, más o menos, que era para mí una sacudida, una batalla donde se mezclan la sangre, la luz, el hombre y el tiempo de frente a sus circunstancias, la pintura es eso mismo atrapado en un lienzo, en un ánfora o en un gesto».

A otros nobles oficios dedicó sus empeños. Ejerció de periodista, diseñador gráfico, restaurador de obras de arte, traductor, consejero cultural de la Embajada de Cuba en México y profesor de la Escuela Nacional de Arte.

En ese centro conoció a Margarita García Alonso, su compañera durante los últimos seis años de vida, y quien lo recuerda como alguien energético, bondadoso, de risa socarrona y «ojos tiernos o feroces, según a quien mirara».

De él también dijo que «siempre fue el pequeño libanés, extranjero en México, extranjero en La Habana», cuya salvación «reposaba en la capacidad de maravillarse como un niño».

Así era Fayad Jamís: un creador que nunca pudo –ni quiso– separar al poeta del pintor, un hombre trascendente, que amó a la humanidad desde la inquietud de su pincel, sus aciertos, tropiezos y sus versos, algunos de los cuales, muy célebres, resumen su profunda vocación:

Con tantos palos que te dio la vida / y aún sigues dándole a la vida sueños / Eres un loco que jamás se cansa / de abrir ventanas y sembrar luceros (…) Con tantos palos que te dio la vida / y aún no te cansas de decir: te quiero.

Deja una respuesta