Parece inverosímil que la muerte, escondida entre las complicaciones por la Covid-19, opaque hoy un nombre como el de Manuel Porto (1945-2021), uno de los grandes talentos de la actuación en nuestro país.
El actor cubano era conocido por ser genuinamente criollo en su quehacer profesional, por su apreciación de la cultura y el entorno como variables fundamentales para el mejoramiento humano, y también por ser muy cabal.
Tanto el teatro como las cámaras atestiguaron ese cabalidad y talento innato que descubrió de manera fortuita en sus primeros años cuando era miembro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y, antes integrante de la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR).
En su andar por las artes militares forjó su futura vocación -ampliamente demostrada en la radio, cine y televisión- que estuvo marcada por incursiones en seriales como Cuando el agua regresa a la tierra, Algo más que soñar, Sol de batey, El tesoro del Mallorquín, y otras que le granjearon el aplauso nacional.
Su maestría quedó registrada, igualmente en el séptimo arte donde asumió roles diversos, complejos y derrochó saberes sin caer en encasillamientos, basta apreciar producciones insignes de nuestra cinematografía, entre estas, Leyenda (1981), Se permuta (1984), Plácido (1986), La vida en rosa (1989), Caravana (1990), José Martí, el ojo del canario (2010) y Esteban (2016).
Quizá su cátedra más digna de estudio resultó el Conjunto Artístico Korimakao, fundado y dirigido el 13 de agosto de 1992 por Porto en la Ciénaga de Zapata, al sur de la provincia de Matanzas, epicentro de su entrega a la formación de jóvenes generaciones de artistas.
En vida, el actor confirmó que ‘Korimakao es una idea tan artísticamente humana o tan humanamente artística. Me plantearon ayudar a organizar ese movimiento (…) apoyado por el comandante Faustino Pérez. Vinieron personas de La Habana, Camagüey, del oriente, de otros países a integrarse a ese grupo que soñaba llevar acciones artísticas no solo a la Ciénaga sino a toda Cuba.
Allí constató una de sus máximas de vida: entender la creación artística como fuerza y empuje para la sociedad más allá de los escenarios y a favor de la cultura comunitaria, otra de las múltiples prioridades de la Revolución cubana, a la cual sirvió sin reparos ni cortapisas.
A lo largo de las últimas cinco décadas, Porto legó roles distintivos y, a su vez, honró los aprendizajes que recibiera en el otrora Instituto Cubano de Radiodifusión junto a maestros de la talla de Enrique Santiesteban, Reynaldo Miravalles, Raquel y Vicente Revuelta, José Antonio Rodríguez, Miguel Navarro, Verónica Lynn, Gina Cabrera.
En acto recíproco, la cultura cubana premió su madera actoral con disímiles reconocimientos mediante la entrega de las órdenes Raúl Gómez García y por la Cultura Nacional; la Réplica del Machete de Máximo Gómez, que otorga el Consejo de Estado, así como el Premio Nacional Cultura Comunitaria concedido por el Ministerio Cultura.
Si bien el artista se despidió de la vida en el mismo día que cumplía sus 76 años, no dijo adiós a su público que le aplaude cada personaje logrado, a la comunidad del rincón de Cuba que logró transformar ni a la magnífica obra construida desde el arte.
A un año de su desaparición física, le recordamos como lo denominó el presidente de la República de Cuba, Miguel Díaz Canel: «un patriota a tiempo completo», cuya dedicación personal y social quedó entre «lo más relevante en la cultura de nuestra nación. Que jamás se pierda su valioso legado ético y artístico. «