Eran pescadores que iban hasta la Laguna de Leche y regresaban a sus casas con las manos vacías. Al igual que el viejo Santiago, los moronenses tenían “hondas cicatrices causadas por la manipulación de las cuerdas”, pero ninguna reciente. A diferencia de lo que contó Hemingway en su novela, ellos sí estuvieron obligados a desistir mucho antes de acumular ochenta y cuatro días con la misma suerte.
A principios de 2005, Magaly Zamora Morejón había ido a acompañar a una colega de la emisora radial avileña a tomarle declaraciones a los directivos de entidades pesqueras sobre los rendimientos durante el año anterior.
Luego se sumó a escribir una nota informativa, porque es imposible dejar de ser periodista; pero tenía otras responsabilidades que cumplir y otras grabaciones de audio esperando a que ella las convirtiera en artículos. Durante el intercambio y después, a solas, le retumbó una respuesta: La apertura de las compuertas provocó un incremento de la salinidad y la muerte de peces en el mayor lago natural de la Isla.
Supo entonces que debía iniciar una investigación profunda, en vez de zambullirse en los facilismos rutinarios de la profesión. Magaly tenía un olfato fino, capaz de distinguir cuándo un asunto merecía la mayor atención. Cumplió el abecé: entrevistar a pescadores, al delegado de Recursos Hidráulicos, a especialistas del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente… y recabar toda la información posible en literatura científica, periódicos e Internet. Esa fue apenas una parte del todo, antes de sumergirse por completo a escribir.
El 29 de enero de 2005, en la página cuatro del periódico Invasor, se leía: “En la Laguna de la Leche hay una calma alarmante. Las aguas permanecen quietas y oscuras a orillas del embarcadero, sin el burbujear que producía el pez gato al salir a la superficie a tomar el oxígeno, ni tampoco están los hombres descargando las cajas de pescado. Casi no hay peces. La vida se retira como un mal presagio”.
Así comenzaba el reportaje Sin tesoros en la laguna, que le regaló tantos premios provinciales y también en el nivel nacional. Magaly nada en recuerdos tras encontrar el recorte de su publicación en perfecto estado.
En un sobre de cartulina guarda algunos textos suyos de relevancia. Entre otros, un reportaje bastante polémico que se tituló ¿Quién le pone el cascabel al cerdo? y una entrevista a Un hombre con mucha suerte, suficiente para sobrevivir a un fusilamiento. También conserva en cajas las fotos de viejas coberturas en las que se inauguraron hospitales, hoteles, centros educativos, y en las que coincidió con Fidel o con Almeida.
Fue la jefa de la Corresponsalía de la Agencia Cubana de Noticias (ACN) en Ciego de Ávila por décadas, sin abandonar jamás el reporterismo. “Eso es lo que me gusta del periodismo, no dirigir”, afirma en voz baja, pero como un grito. Obtuvo reconocimientos por la Obra de la Vida de la propia ACN y la Unión de Periodistas de Cuba en Ciego de Ávila. “De alguna manera uno siente que su vida, sus años de trabajo, no han sido en vano. Es reconocer que no lo has hecho del todo mal. Mi propósito nunca fue dejar una huella ni sobresalir. Los premios me dan la idea de que me estoy poniendo más vieja”, y se ríe. Tiene 71 años y le queda demasiada tinta, como si se hubiera graduado en la Universidad de La Habana ayer por la tarde.
“El periodista nunca termina. Sigo sintiendo la necesidad de escribir, de opinar. Tengo la satisfacción de que puedo hacerlo. Todavía pienso que el mejor trabajo no lo he hecho. Sería ese con el que diga: ‘Esta es mi obra maestra’. No ha llegado. A lo mejor no llega nunca. Sí he escrito reportajes investigativos de repercusión; pero creo que todavía puedo lograr uno de gran impacto, que revele algo nuevo, que provoque”, dice con cierto tedio.
Sus propias declaraciones no pueden ser la razón de su sentir. La incomodidad deviene de la posición que ocupa. Magaly tiene la costumbre de ser quien pregunte, pero hoy está en el asiento de los entrevistados.
“No me gusta mucho que me entrevisten; pero, ¿cómo le voy a decir a un colega mío que no, sabiendo una lo difícil que es conseguir el sí de las fuentes? Es bueno vivir la experiencia desde este lado, para comprobar lo que puede sentir la fuente en momentos determinados. Siempre hay que ponerse en el lugar de los demás”.
Habita en ella todavía ese interés por hurgar en las historias y conocer los porqués ocultos de la realidad. Magaly ha sido una periodista total. Posee intacta la capacidad de abordar cualquier género, y el tema que sea, en tiempo récord, sin afectar la calidad del trabajo.
En sus más de cuarenta años al servicio de la ACN, adquirió una destreza sin par para encontrar el lead idóneo. Por eso en el gremio pudiera reconocérsele lo mismo por el nombre de pila que por “La maga de las noticias”.
—Si hablamos de géneros periodísticos, se impone hacer referencia a esa especialización que lograste redactando notas informativas.
—Mi formación fue en agencia y ahí predomina la noticia por excelencia. Es un reto trabajar con agilidad para que no pierda inmediatez y, a la vez, escribir una noticia buena, con calidad, integral, con contraste de fuentes.
“El comentario es de mis géneros preferidos, por su propia naturaleza. Al principio había un plan de 60 noticias en la otrora Agencia de Información Nacional (AIN). Era muy complicado de cumplir. Logré buenos vínculos con el periódico (Invasor) y para ahí escribía entonces los textos de opinión. Me gusta mucho el periodismo que cuesta trabajo, porque hay que recopilar bastante información, contrastar diversas fuentes, investigar a fondo”.
—La agencia siempre, ¿por preferencia, deber, o ambas?
—Al graduarme de Periodismo en la Universidad de La Habana, en 1977, me ubican en la AIN de Ciego de Ávila, recién fundada, como mismo la provincia, para cumplir el servicio social. Se exigía mucho la inmediatez. Trabajábamos a las 8:00, a las 10:00, de la noche, a cualquier hora. Primero escribía en la máquina, luego en el tele, que hacía un ruido infernal con su bobina de papel y su cinta.
“Como yo era de Florida, Camagüey, no tenía dónde quedarme a vivir y tuve que esperar al otro año para incorporarme. Empecé en mayo, albergada en un apartamento que crearon para estos fines. Al terminar el servicio social decidí regresar a Camagüey, pero el director de la AIN me convenció de quedarme un tiempo más. Cuando estuve dispuesta a realizar todos los trámites para el traslado definitivo, me designaron como jefa de la Corresponsalía. Entonces, me quedé por el compromiso y la responsabilidad con la AIN”.
—Remontémonos al principio, ¿por qué el periodismo?
—Tenemos que remontarnos a muchos años antes de empezar a estudiar Periodismo. Nací en un campo de Florida. No tuve muchas posibilidades de orientarme profesionalmente. Siempre me gustó leer. Leía lo que me caía a mano, aunque de niña no entendiera todo. Me encantaba escribir. En la escuela, mi momento favorito era el de redactar composiciones. Escuchaba mucha radio, hasta que se le acabaran las pilas. Cuando vi la lista de las carreras que llegaron al preuniversitario, me decanté por el Periodismo. Yo era aventurera y pensaba que el Periodismo era así también. Nunca quise estar en una oficina ocho horas. Fue un riesgo esa elección, porque solo se otorgó dos plazas para toda la provincia. Por suerte, la alcancé.
“Cuando llegué a La Habana a estudiar, fue que me empapé de verdad con el Periodismo. Tuve mis altibajos, pero nunca me arrepentí de la carrera. Todos mis profesores fueron extraordinarios. Conocer la vida cultural de La Habana fue un deslumbramiento. Quedarme era difícil, porque no tenía familia allá. Por eso fue realmente traumático comenzar mi vida laboral en una provincia desconocida, como Ciego de Ávila. Fueron años duros. No tenía relaciones, no conocía ninguna dirección, no había condiciones. Nada”.
—¿Por qué seguir eligiéndolo?
—El trabajo es efímero. Cuando terminas uno, empieza el otro. No tienes tiempo de reposar. Estoy cocinando o haciendo lo que sea y pensando en cómo enfrentar la página en blanco. Cuando escribo el primer párrafo, lo demás fluye. Antes quizás era más libre, más poética… Ese ha sido el día a día mío.
“No me aburre, no me cansa. Me puedo cansar en determinados momentos de lo que rodea al Periodismo, pero no del Periodismo. A veces me he acostado tarde, me he quedado sin almorzar, por escribir. Al Periodismo hay que entregarse. Como decía García Márquez, aquí se sufre mucho. Pero también lo he disfrutado. No he hecho Periodismo por obligación”.
―Debiste abordar temáticas diversas, incluso distantes. ¿Obedeció a exigencias del medio o intereses profesionales?
―En el tiempo que estuve en La Habana como estudiante, me insertaron en la sección cultural de Juventud Rebelde. Compartí redacción con Alejandro Alonso y Soledad Cruz, que eran unas eminencias. Tuve la oportunidad de entrevistar a grandes artistas durante los festivales. Recuerdo a Omara, Silvio, César Portillo.
“Aquí, en Ciego de Ávila, la vida cultural era más limitada, pero empecé escribiendo de esos temas. Los peros vinieron después, porque hacían falta más noticias de agricultura, sociedad, economía, hasta de deportes. He escrito de todo, prácticamente”.
—¿Cómo fue tu relación con la censura?
—Ha habido tiempos más difíciles que otros, ninguno ha sido fácil. Cuando te propones hablar de un tema, hay muchas formas de llegar a él. Creo que hay mucha autocensura. No debería suceder que un periodista no escriba de algún tema porque no quiera ser el señalado, buscarse problemas, o crea que no lo van a publicar.
“Uno también se gana el respeto para poder abordar lo que te interese. A la fuente no se le traiciona, se le respeta. Aunque estés apurado por publicar la nota, siempre hay que verificar los datos. El Periodismo no puede ser improvisado. Ten las pruebas de que la verdad te pertenece. Censura no sentí; yo me atreví. Yo no era funcionaria. Mi deber era y es con los lectores”.
—¿Qué te faltó por hacer?
—Me faltó…; pero creo que hice lo que las circunstancias me permitieron. Me quedo con insatisfacciones, claro que sí. Por ejemplo, di mi disposición para ser corresponsal de guerra en Angola. Casi todos los de mi grupo y mi generación fueron. Hubiese querido hacer ese tipo de periodismo, haber sido internacionalista.
—¿Cuál pregunta nunca faltaría en tu cuestionario, si entrevistaras a un periodista?
—¿Cómo valoras el periodismo de hoy?
—¿Cómo valoras el periodismo de hoy?
—El periodismo de hoy está acomodado. Antes, creo, el periodista se arriesgaba más. Siento que los periodistas han cedido, mientras que los mecanismos reguladores siguen ganando terreno. Hay que ser más incisivo a la hora de defender el derecho a escribir. Debo decir también que he visto muy buenos textos. El mejor periodismo, hoy, se está haciendo en medios provinciales.
“A los jóvenes que empiezan solo les pediría que respondieran a su tiempo y aprovecharan las armas que tienen a su disposición. Y que fueran humildes siempre. Nadie se las sabe todas en el periodismo. Yo todavía estoy aprendiendo. El crédito y el reconocimiento se ganan a base de trabajo”.