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José María Heredia, from the brush of Cuban artist Mario Gallardo. Photo: Dunia Álvarez Palacios

Imperecedero el Cantor del Niágara

El poeta y patriota José María Heredia fue homenajeado en el aniversario 220 de su natalicio

El aniversario 220 del natalicio del poeta y patriota José María Heredia, el pasado 31 de diciembre, no pasó por alto. Homenajes, alusiones a su vida y obra, en redes sociales y en diversos espacios culturales, lo hacen evidente.

Nació en la ciudad «donde son más altas las palmas en Cuba (…) en la infatigable Santiago». Así lo escribió el Apóstol, quien reconoció las virtudes propias y literarias del que fuera uno de los principales líderes de la conspiración de Soles y rayos de Bolívar, que procuraba la independencia de la Isla.

«El primer poeta de América es Heredia. Solo él ha puesto en sus versos la sublimidad, pompa y fuego de su naturaleza. Él es volcánico como sus entrañas y sereno como sus alturas», dijo también Martí del precursor del romanticismo en Hispanoamérica.

Vivió apenas 35 años, pero su vida fue fecunda: poeta, periodista, abogado, fiscal, políglota y traductor de numerosas obras escritas en latín, francés, italiano e inglés; político, de raigal compromiso con Cuba. Fue condenado a muerte por las autoridades coloniales, y finalmente sufrió el exilio.

A finales del siglo xix fue creada la Asociación Heredia, integrada por independentistas y admiradores de su obra –entre los que estaba el Héroe Nacional de Cuba– que colectaron recursos materiales y financieros para restaurar la casa natal del poeta y convertirla en epicentro de la difusión de sus ideas, para que la nación y el mundo recordaran «la gloria del que exaltó con el corazón las bellezas de su Cuba adorada».

Para honrarlo, en el Museo Casa Natal del poeta se presentaron libros en su honor; se organizaron exposiciones, una feria de productos culturales, lecturas poéticas y conciertos. El colofón fue la gala homenaje a José María Heredia, en la calle que lleva su nombre en el centro histórico de la ciudad.

Loemos hoy al bardo que, con toda justeza, mereció el hermoso sobrenombre. Desterrado por amar a su tierra, el Cantor del Niágara, ante cuya belleza sintió «arder la inspiración», y en cuyo escenario buscó las amadas palmas de su patria «con inútil afán» es nuestro. Su vida y su ejemplo son imperecederos.

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