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Franca recuperación en La Cuba

Santiago Alarcón, Tin o «el ingeniero del plátano», como solían llamarlo por sus amplios conocimientos en ese fruto, perteneciente a la familia de las musáceas, hoy andaría con gusto por los sembradíos de banano que comienzan a (re)florecer. Él, un visionario en organizar la finca, siempre apostó por los colectivos laborales y porque La Cuba mantuviera la estructura de empresa estatal socialista: una «fortaleza para nosotros, los obreros», solía decir.

Hoy existen nuevas alianzas, nuevos sistemas económicos productivos que han demostrado ser eficientes. Contrario a lo que algunos piensan, La Cuba no se ha desmembrado en pedazos, entre usufructuarios, cooperativas de producción agropecuaria y de créditos y servicios. «Hoy el sector cooperativo y campesino aporta el 42 % de la producción, y la estatal el resto, 58 %». Todavía prevalece lo que Tin y otros muchos defendieron.

La empresa estatal dispone, bajo su jurisdicción, de la ccs Máximo Gómez y de las cooperativas de producción agropecuaria Paquito González y Revolución de Octubre. La primera es un tren productivo; la segunda, se encarrila hacia mayores volúmenes en las cosechas, distantes aún de los tiempos de Elías González, su presidente-fundador, y el hombre que a mediados de la década de los años 80 le pidió a Fidel que desapareciera el Mercado Libre Campesino, debido a un proceso de recentralización económica y a las críticas de la población por los altos precios que imponían los productores privados y los intermediarios.

Hoy La Cuba, ante los grandes volúmenes de producciones que se avecinan, requiere de un secadero para el caso de los granos, pues se ven obligados a hacerlo en los viales y hasta en la pista de aviación, actividad obligada a cambiar de lugar, ante el regreso de los vuelos, que en los últimos diez meses aparecieron en 12 ocasiones para la fumigación y otras actividades culturales a las plantaciones.

Sin embargo, tras las toneladas de alimentos que comienzan a salir de ese polo productivo, el cuestionamiento más recurrente se refiere a los altos precios, tanto en los Mercados Agropecuarios Estatales como en los vendedores por cuenta propia, los carretilleros, bicicleteros, puntos de ventas y cuanta figura aparece.

El bolsillo naufraga: 25 pesos un plátano, 250 la libra de tomate, 270 la de arroz, 250 la de frijoles, 270 la de cebolla…

Uno de esos científicos de campo, con el título ganado a base de mucho trabajo y ninguna universidad, exponía sus razones, enfáticas y coincidentes: «Puede aumentar la producción a niveles insospechados; pueden llover récords productivos, que ni las empresas estatales agrícolas ni los productores privados ni el país están preparados para que bajen los precios.

«Los precios no bajan porque el que produce no es el que vende. El que vende es un intermediario, alguien sin recato, que en el negocio quiere ganar más dinero que el productor, y quiere obtener un margen de ganancia muy amplio: el doble, el triple y hasta el 100 % de la inversión. Es imposible que los precios bajen.

«Del otro lado, el costo de producción se ha encarecido. Antes le pagabas 150 pesos a un obrero, y ahora tienes que pagarle 1 200 o 1 500 por un día de trabajo; una semilla de plátano costaba un peso y ahora una vitroplanta cuesta 28,78 pesos –comprada al Estado–; antes cualquiera te roturaba una hectárea de tierra por 10 o 15 pesos, y ahora si no le das 500, o más, no lo hace; 20 litros del herbicida Finalé cuesta 120 000 pesos.

«Un campesino, amigo, fue a buscar 25 000 semillas de plátano a La Habana. Las pagó a 15 pesos y transportarlas le costó 250 000 pesos; un litro de Bio Forte, para fortalecer y revitalizar la planta, cuesta 22 000 pesos. Y eso es por arribita. ¡Saque cuenta!

Los altos precios de los productos agropecuarios en Cuba también penden de otros factores: problemas estructurales en la producción nacional, baja productividad, la escasez de insumos (fertilizantes, maquinaria, combustible), falta de inversión tecnológica, dificultades en la distribución…

También encarece el proceso del campo a la mesa la dependencia de las importaciones, en tanto Cuba importa alrededor del 70 % de los alimentos que consume, la depreciación del peso cubano (cup) frente al dólar y las divisas, junto con la inflación global.

El sistema de doble moneda y distorsiones cambiarias: si bien la Tarea Ordenamiento eliminó oficialmente la dualidad monetaria, persisten distorsiones en el tipo de cambio, lo que afecta los costos de producción y comercialización.

Los impagos y la poca flexibilidad del sistema de acopio estatal es otro problema, en tanto la compra estatal a precios bajos no incentiva a los productores, quienes prefieren vender en mercados informales a precios más altos.

A ello se agregan las sanciones económicas y el bloqueo, con las restricciones financieras y comerciales de ee. uu., que dificultan el acceso a créditos, insumos y mercados internacionales, incrementando los costos.

El mercado informal y la especulación se imponen, con precios que se disparan, especialmente en productos de alta demanda como la carne, los huevos y los vegetales.

Una solución sostenible requeriría mayor autonomía productiva, incentivos reales al sector privado y cooperativo, acceso a tecnologías y mercados, y políticas macroeconómicas que estabilicen la oferta y la demanda.

Sin cambios profundos, sin que se cumplan las legislaciones actuales, si no mejora el proceso de contratación, y, sobre todo, si no se abarrotan los mercados, los precios especulativos y abusivos continuarán como una epidemia, y la seguridad alimentaria en Cuba seguirá bajo presión.

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