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A representation of La Bayamesa, during the Fiesta de la Cubanía. Photo: Madeleine Sautié Rodríguez

Fornaris, como un sol refulgente

A Fornaris le debemos, primero que todo, La Bayamesa; aunque también otras exaltaciones, de esas que, con la magia del arte, nos forjan y nos enorgullecen

A veces los creadores tienen muchas grandes obras. Otros, unas pocas. A veces les basta con una, para ganar un puesto en el alma de sus públicos, de sus pueblos, de la historia.

Pensemos en un texto escrito por José Fornaris, patricio bayamés que septiembre nos lo recuerda, por ser en este mes que falleciera, hace ya 134 años. Hagamos la prueba y preguntemos a un cubano –poniéndole música al hacerlo–, si conoce una canción que empieza: ¿No recuerdas, gentil bayamesa… Los habrá que la desconozcan, pero serán los menos. La mayoría no solo asentirá, sino que, argumentando la respuesta, continuará lo que sigue a ese verso inicial que conforma la que se considera la primera canción de la trova cubana.

A La Bayamesa de Fornaris (hay otras con ese nombre en nuestra música), se le distingue también como la de 1851. La inspiró una bella independentista, casada con Francisco del Castillo. Fue precisamente su esposo quien pidió a sus amigos –y como él patriotas– José Fornaris y Carlos Manuel de Céspedes, que lo ayudaran a hacer una canción para reconciliarse con Luz Vázquez, pues en esos momentos estaban disgustados.

Fornaris escribió la letra, y Castillo y Céspedes se ocuparon de la música. Pronto la obra fue un hecho y, a los pocos días, Luz escuchó desde su ventana la hermosísima canción que en presencia de sus creadores interpretó, acompañado de una guitarra, el tenor Carlos Pérez.

La canción se popularizó, y con el tiempo, en un entorno enardecido por las ansias de libertad, La Bayamesa adquirió nuevos significados. «En los hogares de las mujeres mambisas, en Cuba y en el exilio, siguieron entonando La Bayamesa de Fornaris, Castillo y Céspedes.(…) Ante la patria ausente, fue la canción de cuna de las madres cubanas expatriadas», ha referido el doctor Eduardo Torres-Cuevas, quien a su vez explica que, de ese modo, lo reveló Amparo Torres Alciniega, tataranieta de Pedro Figueredo, a la cual dormían, cuando era pequeña, con ese canto. «La revolución por la vía de las armas –continúa Torres-Cuevas– era también resultado de la revolución cultural y patriótica de músicos, poetas y escritores, que no solo se expresaban en términos políticos, sino a través de todas las manifestaciones culturales, espirituales y desde el corazón. La Bayamesa de Fornaris, Céspedes y Castillo ha sido su manifestación más permanente».

En 1855, Fornaris publica Cantos del siboney, y se convierte, con ellos, en el principal exponente del siboneyismo y en el más popular de los poetas de la Isla. Datos que aparecen en el título El libro en Cuba, copiosa investigación de Ambrosio Fornet, hablan de la singular acogida que tuvo el poemario, considerado el primer gran best-seller cubano, pues «hasta entonces solo había habido best-sellers restringidos al mercado Habana – Matanzas», y fue «ante todo un fenómeno sociológico». El público lector «reconocía como propios los símbolos embrionarios de la nacionalidad».

Para su creador, los Cantos del siboney gozaban de tal favor debido a su simbolismo político, pues en su opinión, los indios siboneyes, a los que cantó en la obra, eran vistos por los lectores como los cubanos oprimidos.

Otras de sus obras líricas son sus poemarios Flores y lágrimas, Cantos tropicales, El arpa del hogar y El libro de los amores. Fue docente, periodista y dramaturgo, y en este apartado escribió La hija del pueblo y Amor y sacrificio. Sus textos dramáticos han sido avalados a la altura de los de la Avellaneda y de José Joaquín Lorenzo Luaces.

Para muchos, no fue un poeta mayor, aunque Samuel Feijóo consideró que, debido a su obra, «llega en su exaltación por todo lo cubano, en su fijación patriótica necesaria, a clavarse en las entrañas del cielo de la Isla».

Enjuiciado por unos, reverenciado por otros, a Fornaris le debemos, primero que todo, La Bayamesa; aunque también otras exaltaciones, de esas que, con la magia del arte, nos forjan y nos enorgullecen.

 

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