Hace un año y varios meses que los ojos de Efraín Cervantes se cerraron, pero no hay cantidad de tiempo suficiente para borrar su visión. Esos ojos no se cansaron de encontrar en todas partes lo que a otros parecía nimio, y sobre el don del ojo fotográfico Efraín construyó sus sueños, su carrera como periodista de televisión, y una grandísima colección de fotografías de la ciudad de Morón, premiadas y recordadas por colegas y amigos.
El Museo Caonabo expone desde hace unos días una muestra de sus paisajes, en blanco y negro, de sitios, paisajes y edificios de toda la ciudad. Invasor ha querido reconstruir la faceta más artística de su labor, a través de las memorias que guardan su hija Inés María Cervantes y su nieta Sahira González.
Empieza Inesita, con su voz dulce de locutora y la nostalgia, a contar cómo vivía desde fuera una niña pequeña aquella magia de la luz que era la fotografía analógica. “Bueno, yo nací, y a las horas ya mi papá me estaba haciendo fotos. Él mismo me hizo un álbum y ahí está toda la cronología de mi infancia, desde las horas de nacida, todo lo que yo hacía, todo lo que aprendía… Es un álbum enorme, imagínate, de cartón, y en cada página hay como cinco o seis fotos.
“Mi mamá me contaba que mi abuelo materno le decía que me dejara tranquila porque, si yo comía me tiraba fotos, si yo me dormía me tiraba fotos… De hecho, la primera foto con la que ganó un concurso internacional fue con una foto mía. El concurso salió en la revista La Mujer Soviética, que se llamaba Tu Hijo. Era como si yo estuviera leyendo la revista, me pusieron incluso unos rolos”.
“Papi tiraba fotos todos los días. No te puedo decir cuándo salía a tirar fotos, porque esa era su vida cotidiana. En la casa, los fines de semana cuando nos sacaba a pasear, en su trabajo como periodista, que era lo que más disfrutaba.
“Muy pocas veces él reveló fotos en la casa. Pero recuerdo que sí me llevaba con él a la biblioteca, aquí a la Sergio Antuña, a la hemeroteca, donde tenían un cuarto de revelado, por un club de fotografía al que él pertenecía. Yo recuerdo hasta el olor del lugar, el sistema, el papel en blanco dentro del agua, cómo se iba revelando la imagen…
“Papi siempre andaba conmigo y yo fui casi que partícipe de su desarrollo como artista en Morón. Nunca me enseñó la técnica de la fotografía; yo, en ocasiones, tiraba las fotos cuando él no podía, las de familia, por ejemplo. Me daba consejos, pero tampoco le pregunté de la técnica”.
—¿Tenía algún paisaje o lugar de la ciudad preferido?
—No sé si habrá tenido algún paisaje favorito, porque él de Morón lo tomó todo. Lo retrató todo: cuando se hizo el sistema de alcantarillado, la iglesia, el centro histórico, el Gallo, lugares emblemáticos de Morón. Sus lauros fueron, muchos, por las imágenes de la Laguna de la Leche. Hay tres que fueron premio del Salón Mi Gallo —principal evento de artes visuales de la Galería Hugo Cortijo, de Morón—. Y también tiene varias fotos en las márgenes de la laguna.
“¿Decirte algún paisaje o lugar que prefirió? Creo que para él cualquier paisaje y cualquier lugar eran importantes, porque siempre decía que estaba con la cámara pendiente de lo que pudiera acontecer, pues el instante se iba y entonces perdía la foto, el sentimiento de alguien”.
—¿Crees que su trabajo como fotorreportero y en los medios haya influido en tu formación?
—La influencia fue total. Sin querer, estando al lado de él. Como fotógrafo, como periodista, trabajando en Radio Morón, en Surco, después en la televisión, en Ciego y cuando tenía que ir a editar a Camagüey. Lo recuerdo escribiendo en la máquina, nos ponía a escuchar sus trabajos para que los evaluáramos. Yo nunca pensé en trabajar en los medios, hasta un día. Si soy quien soy, se lo debo en gran medida a él. Y me imagino que en mi hermano también funcionó así. Toda la familia. Yashira —su hija mayor— también está en la locución, y a Sahira —la hija menor— le gusta escribir.
Fue Sahira la que reunió el equipo fotográfico del abuelo para llevarlo al Museo Caonabo. La muestra fotográfica que cubre las paredes en estos días es un orgullo inmenso para ella, que asegura lo lleva a todas partes. “A veces hasta me digo: si abuelo estuviese, ¿qué diría?
“Todos los sueños y retos que tengo ahora mismo son gracias a él y sus consejos”, dice Sahira. Y es verdad. Muchos de los textos que se ha animado a escribir últimamente le interpelan, como si le pidiesen consejo.
Si le preguntan por alguna foto preferida, cuenta que no puede escoger entre tantas, porque le gustan más las en blanco y negro, y de esas hay muchísimas. Pero hasta un rincón del cuarto les tiene dedicadas. “Lo recuerdo con su cámara dondequiera, lo mismo captando imágenes a escondidas que luego nos enseñaba en sus exposiciones. No había quien se escapase de su lente”. (Escrito por Amanda Tamayo Rodríguez)