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«Si alguien cree que tiene el control sobre el consumo de droga, que abandone ese pensamiento»

El jueves fue el día en que Yasmani llegó al centro de rehabilitación. Dice que, como si de un milagro se tratara, tomó esa decisión porque había sido el miércoles –cuando durmió en la calle, al no creerse merecedor de un techo ni de un plato de comida– cuando todo se puso patas arriba y no le quedó otra opción, tuvo que reaccionar.

En aquel entonces, Yasmani estaba sumido en las drogas. Ingería de todo, sin restricciones; confiesa que, aunque percibía el sufrimiento de su madre, no paró; que, como estuvo «bien metido en ese mundillo», ni su hijo le importaba.

Pero ese día, la incomodidad consigo mismo fue tanta que asistió al Hospital Siquiátrico de La Habana dispuesto a recuperarse.

Para Yasmani –de poco más de 30 años–, compartir la historia de cómo fue estar en la madeja de la adicción es reconocer que sus vivencias servirán de espejo para muchos, porque «si alguien cree que tiene el control sobre el consumo de droga, que abandone el pensamiento. Al final, ellas terminan controlándonos».

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«Comencé a consumir muy joven, a los 22 años, por curiosidad, y porque quería estar a la par con los amigos mayores que yo. Luego continúe haciéndolo más y más, y cualquier tipo de problema lo quería aliviar con la droga».

Yasmani es espontáneo al hablar. En un recorrido por su vida, explica cómo la adicción lo afectó profundamente y cómo, en algún momento, quiso escapar y no pudo:

«Me sentía impotente cuando no estaba drogado, incluso sabía que estaba haciendo algo sin sentido, pero no encontraba fuerzas en nada».

A su hijo, que ahora tiene un año y nueve meses, lo abandonó. Creía que visitarlo implicaba muchos gastos que podría invertir comprando sustancias.

También por su causa –expresa– su mamá, su mayor pilar, al verlo en tan malas condiciones fue al hospital con un dolor en el pecho. «Por momentos pensé que le pasaría algo grave, pero las drogas me tenían tan controlado que yo la acompañé hasta allí y la dejé para seguir consumiendo».

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Para un adicto, resulta conflictivo visualizarse en la cuerda floja en la que todo depende de su voluntad para avanzar hacia el bienestar físico y mental. Y si algo tiene Yasmani, ahora enfundado en un delantal de cocina, son los límites que sabe poner en el momento justo.

Él no renació de una sobredosis o fue a la cárcel por cometer un delito, sino que se propuso una meta: renunciar, antes de que fuera demasiado tarde, a esas sustancias que le «aportaban más desconsuelo».

La rehabilitación fue para Yasmani un proceso gravoso, y, aunque en ocasiones dudaba de estar en el lugar correcto, el anhelo de recuperarse era mayor, y asistía cada día al centro de rehabilitación, y otras veces «dormía un par de horas y me iba para los grupos de narcóticos anónimos, porque aceptar que tengo un problema me ayudó».

Desde hace siete meses, Yasmani cocina para «sus hermanos» que están ingresados en el Hospital Siquiátrico de La Habana. Es adicto, lo reconoce, pero de las drogas no quiere saber:

«Ahora, que no consumo, me siento tranquilo, feliz. En aquel entonces perdí la confianza de la gente y alejé a muchas personas a las que quiero».

 

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