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Moisés Simons junto a Jeanne Bourgeois (Mistinguett), estrella del Casino de París. Foto: Tomada de teveo.cu

No se va el manisero, no se va…

Se cumplen 80 años del fallecimiento de Moisés Simons

El paso a la posteridad tiene sus caprichos. Hay quien se la gana injustamente, otros caen en el olvido pese a mucha y fecunda obra, y algunos la conquistan con un solo destello, aun cuando hayan creado en abundancia.

En ese último caso pudiéramos incluir a Moisés Simón Rodríguez (La Habana, 1889- Madrid,1945), compositor, pianista y director de orquesta, de innegables aportes a la cultura cubana; pero que marcó su permanencia en la eternidad con un tema: El manisero.

Basta escuchar un fragmento de la música o una línea de la letra para identificar ese pregón de 1928, que estrenó Rita Montaner para el mundo. La pieza, interpretada en innumerables versiones alrededor del planeta, es un ícono de lo cubano, y también lo ha sido de ese arte popular de anunciar por las calles lo que se vende, quizá venido a menos, pero aún existente.

Dicen que la escribió en un santiamén, sobre la servilleta de papel, en la mesa de una cafetería donde servían café con leche, chocolate y panecillos, ubicada en la esquina de San José y Amistad; no obstante, tal como sucede con todo lo que resulta después un acontecimiento, hay varias versiones sobre el local en que se hizo y por cuál pedido.

Sin embargo, mucho antes de que hiciera nacer el pegajoso llamado: Cuando la calle sola está, / casera de mi corazón, /el manisero entona su pregón / y si la niña escucha su cantar /

llamará de su balcón; y también de que arribara luego a Nueva York, con éxito tal que le llamaban «Mr. Peanut», Moisés Simons (readaptó su apellido por motivos artísticos) fue un niño nacido para la música, tal vez un prodigio.

Hijo de un músico y profesor vasco, comenzó a estudiar ese arte a los cinco años; a los nueve, tocaba el órgano de la iglesia de Jesús María; y a los 11 era maestro de capilla en la iglesia de Nuestra Señora del Pilar. De ahí en adelante su carrera y sus estudios fueron en ascenso. Como pianista de concierto y director de compañías de teatro cosechó éxitos en los escenarios del Martí y del Payret, y en varias giras internacionales.

Además, se destacó por sus reflexiones teóricas como musicólogo, y por formar parte de las directivas de varias entidades musicales, como la Solidaridad Musical, luego sindicato, de la que fue vocal fundador y presidente.

Según apuntó la especialista Carmelina Muñoz, Simons «abarcó todos los géneros musicales en sus composiciones, impregnadas de un sello de verdadera originalidad»; y fue también «el primer director de orquesta que incorporó el ritmo del danzón a los conjuntos de jazz».

Triunfó en Europa, sobre todo en París. Quiso incluso alistarse contra los nazis, pero las autoridades francesas se lo negaron por su estado de salud y su condición de autor; y tuvo, asimismo, que pedir a La Habana documentos que lo identificasen como «no judío», ante las sospechas de los fascistas, tras la ocupación.

No obstante el éxito a su vuelta a la Isla y luego a Madrid, vivió penurias económicas; un amigo debió buscar apoyo institucional para sufragarle el entierro. Detrás quedaban cerca de 40 operetas, más de cien partituras de otros géneros, y un pregón para todos los tiempos, que le aseguraría su lugar en el futuro.

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