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Majagua sabe muy bien lo que conserva

Ojalá pudieran comprenderlo, en la práctica, todos los municipios que obran en busca de la autonomía y de la soberanía alimentaria

Majagua, Ciego de Ávila.–Aunque muchas personas identifican de inmediato a este municipio con la fortísima tradición de dos bandos (rojo y azul) que, mientras más años pasan, más fraternalmente miden fuerza e inteligencia cultural; o con un petróleo muy bueno para la producción nacional de aceites y lubricantes; no se puede desconocer que la fábrica de conservas –como todos llaman a ese establecimiento– es también Majagua en genio y figura.

No se trata solo del tiempo a que remonta su origen (año 1957), o a la fuente de empleo que abre para quienes aman el trabajo, a contrapelo de salarios, escaseces o escollos de todo tipo…

Es el estratégico privilegio que significa para un municipio saber que, una vez logrados, contra viento y marea, volúmenes productivos que en otros lugares correrían el riesgo de perderse, aquí pueden ser salvados, procesados, envasados y tener como destino un consumo que siempre va a pedir satisfacción.

 

La persistencia del colectivo supera las rigurosas condiciones en que transcurre el proceso. Foto: Pastor Batista Valdés

LA MINA NO PUEDE EXPLOTAR

Jorge Humberto Calvo Fariñas, al frente de la fábrica, no es un improvisado en la zona. Desde hace muchos años, cuando ni siquiera imaginaba que trabajaría allí, escuchaba con admiración que aproximadamente el 40 % del tomate cosechado en Cuba tenía como escenario productivo las tierras del municipio, predominantemente las asentadas en Mamonal.

¿Imagina usted lo que puede suceder cuando el pico productivo dice «aquí estoy yo», y no se cuenta con una infraestructura propia, segura, rápida, para enfrentar el fenómeno e impedir la pérdida irremediable de volúmenes considerables?

Es cierto que las poderosas instalaciones industriales ubicadas en Ceballos, no lejos de la cabecera provincial, pueden significar una garantía en momentos claves, como también la red de minindustrias conserveras (alrededor de una veintena), del mismo modo que la añeja fábrica ubicada en Florencia.

La distancia, sin embargo, a que se encuentra Ceballos; los contratiempos que para la transportación generan estos tiempos; embotellamientos propios del proceso, sobre todo en momentos de alta afluencia en las entregas a la industria; y otros imprevistos, han confirmado, no pocas veces, que nada hay como lo propio, que –dicho sea de paso– es muy parecido a lo que conceptualmente se maneja como autonomía a la hora de hablar de desempeño territorial.

En fin, «verdaderas minas» como la que representa el cultivo del tomate en la zona, o el mango (por solo citar dos ejemplos), no pueden «explotar» por falta de solidez en los cimientos.

«Por suerte, a nosotros nos ha ocurrido lo contrario» –comenta Jorge Humberto–, mientras relata cómo, «al paralizarse momentáneamente Ceballos, recibimos tomate de la empresa La Cuba, y lo procesamos sin dificultad, como también nos llegó cierto volumen procedente de Jatibonico, sin contar, desde luego, el traído de Mamonal.

«Estoy hablando de 136 000 quintales de tomate final y de un año mucho mejor que los últimos cuatro o cinco de labor en nuestro establecimiento.

«Pondré otro ejemplo: en 2023 las instalaciones de La Estancia, en Sancti Spíritus, presentaron dificultades; nos pidieron ayuda, no pusimos objeción y asumimos el reto de producir alrededor de un millón de latas de compota para niños de toda Cuba».

Aunque a veces faltan recursos, no se dejan de procesar y envasar productos tan sensibles como el tomate. Foto: Pastor Batista Valdés

 

INGENIO A PURO PULSO

Tal vez acudan, a la mente del lector, imágenes de modernas líneas de producción, con resplandecientes equipos que funcionan con la precisión de un reloj suizo.

Nada de eso. Allí hay equipamiento de predominante obsolescencia, cuyo estoicismo productivo guarda directa relación con el talento, la pasión y el sentido de pertenencia presentes en quienes los «operan y suturan» cada vez que se presenta un problema.

«Por esos equipos –afirma con satisfacción el joven Yordán Pina Vera, técnico en proceso tecnológico– pasa no solo tomate o mango, sino también otras frutas como la piña, que igualmente procesamos en forma de jugo y de mermelada concentrada».

Tal vez la evidencia más clara de persistencia en el ámbito productivo esté en la inversión que, con participación y tecnología chinas, tuvo lugar hace alrededor de seis años, para aumentar capacidad, progresar, acentuar el uso de asépticos…

Situaciones muy puntuales han obligado a ir introduciendo modificaciones, alternativas salvadoras y hoy, como suelen decir ocurrentemente algunos, «esa parte del proceso es prácticamente más cubana que china», y se mantiene funcionando bien, que es en definitiva lo más importante.

Sería ingenuo, y nada serio, ocultar la crudeza con que en algunos momentos golpea el factor energía. «Una vez –recuerda Jorge– tuvimos tomate aquí esperando durante diez días. Con la piña nos ha ocurrido parecido. Nadie desea que suceda. No es responsabilidad nuestra. A veces los productores se inquietan y los entendemos. Nadie quiere perder lo que con tanto sacrificio ha cosechado…».

A tales contratiempos se suma la escasez de agua: recurso vital para el funcionamiento de la fábrica, al tiempo que suman su nocivo efecto las limitaciones con el envase. Se han buscado variantes por medio de bolsos, pero es obvio que no resulta igual.

Un dato lo confirma: hasta ahora apenas han podido procesar 176 toneladas de mango. Por esta misma fecha del pasado año, los registros consignaban más de mil.

APROVECHAR HASTA UN COMINO

La frase va mucho más allá de sí misma, acaso condensando la voluntad de quienes le dan valor a todo y no conciben la pérdida de nada.

Entre quienes así piensan, sienten y actúan, está Mireya Ledezma, quien comenzó a trabajar allí con 18 años, hace 43 calendarios y ahí está, inamovible, en la línea diseñada para el procesamiento de especies, en la que ya su olfato no percibe ese olor penetrante a comino que, de inmediato, llama la atención del visitante.

Muy similar es el caso de Eduardo Gómez, cuyos recuerdos de niñez se remontan a los días en que su padre respondía allí mismo por el control de la calidad. Muy lejos estaba entonces de suponer que, con 17 años de edad, sería su primer, y hasta ahora único, centro de trabajo.

Ajeno a la conversación que con ambos tuve minutos antes de partir, Jorge Humberto busca finalmente un filo para resaltar la calidad de su «tropa».

Reitera cómo siempre le responden, aun cuando él desearía asegurarles una mejor atención, en particular con la alimentación: hoy no está a la altura que merecen… detalle que suelen saltar en la cotidianidad de este duro día a día.

«Cuando les pedimos meterle el pecho a la compota para niños, por necesidades de La Estancia, no teníamos transporte y mi gente venía y regresaba por sus medios. No podíamos garantizar almuerzo y lo traían de sus casas. Esos son mis trabajadores, con los que esta fábrica sigue echando y ganando la pelea». (Autor:  )

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