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Paradójicamente, aunque no se conserva ninguna obra suya completa, Covarrubias está en todo el teatro cubano. Foto: Tomada de Cubaescena

De la vocación al legado rotundo

Francisco Covarrubias puso lo criollo sobre las tablas; la dramaturgia cubana se lo debe

La historia suya tiene todos los tintes de lo novelesco, pero fue sobre las tablas donde se escribieron los mejores capítulos, porque a ellas estuvo ligada la vocación irremediable, casi temeraria, de Francisco Covarrubias (1775-1850).

Niño de familia habanera y acomodada, recibió la educación sólida a la que tenían acceso los nacidos en su clase social. Los padres escogieron para él la prestigiosa carrera de Medicina, pero el hijo sentía una necesidad ineludible, e inexplicable para los demás, de actuar en el escenario.

En tono de leyenda, aunque puede que algún sustento de verdad haya, se cuenta que la noche de su debut, siendo un jovencito aún, en el Teatro del Circo, del Campo de Marte, sus parientes se vistieron de luto por el futuro muerto de Francisco, que nunca más sería doctor.

Hasta nuestros días apenas han llegado fragmentos de piezas teatrales y algunos versos como testimonio de la carrera que comenzó entonces, pero de cuyo influjo no caben dudas: Padre del teatro cubano y Caricato mayor son denominaciones dadas a él que así lo aseguran.

Según apunta Max Henríquez Ureña en su Panorama histórico de la literatura cubana, Covarrubias no parecía estar llamado a distinguirse como actor dramático, pero «cuando optó por interpretar papeles cómicos su éxito fue rotundo».

Pronto pasó de solo interpretar a escribir las obras. No siempre ganó el favor de los críticos; su amigo José Agustín Millán, en su Biografía de don Francisco Covarrubias, primer actor de carácter jocoso de los teatros de La Habana (1851) apuntaba: «Fue un excelente cómico, y un autor… menos que mediano». Pero el público lo favorecía sobremanera, y sus obras perduraban en las carteleras, era popular.

Escribió mucho (Los velorios de La HabanaLa feria de CarraguaoLa valla de gallosEl forro de catre…), y en sus comedias burlescas, con las que satirizaba las costumbres del momento, solía reservarse algún que otro papel en el que pudiera explotar sus dotes naturales para hacer reír.

Sin embargo, no solo por divertir a sus contemporáneos sentó pautas en la dramaturgia de la Isla, sino por la manera en que lo hizo, una que apeló al peso que «lo nuestro» podía tener en escena. El gran crítico Rine Leal resaltó de él, junto a la encarnación pionera del negrito, sus «tipos populares (guajiros, monteros, carretoneros, peones), quienes encarnaron el choteo y lo populachero, un poco para intentar aproximarse al donaire del ser cubano».

De acuerdo con Alejo Carpentier, contribuyó de manera decisiva a la construcción del teatro típico criollo, porque comprendió que los personajes debían ser también criollos.

En la obra de Covarrubias está el germen de lo bufo, vernáculo y musical en el teatro del país; elevó lo costumbrista y, como consecuencia, el legado de sus sainetes evolucionó hasta dar origen a lo genuinamente cubano.

Después de una vida larga, aquel fundador quedó en el desamparo de la pobreza y el olvido, sin saber que, más de un siglo después, una de las salas del teatro principal de la ya no fiel a España Isla de Cuba, llevaría su nombre. Fue el 22 de junio de 1850 cuando se le apagó la vida, pero la función apenas comenzaba.

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