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Ciego de Ávila: Cuba en formato pequeño

Fueron apenas dos días, pocos para abarcar una provincia tan inmensa como sus Tigres en el béisbol, y al mismo tiempo bastaron esas horas para comprobar que su gente busca soluciones a los problemas, inspirada en el histórico cruce mambí de la trocha de Júcaro a Morón.

Igual que en el resto del país, aquí el déficit de electricidad, los precios inflados por especuladores y carencias, los problemas asociados a la bancarización y demás tensiones económico-financieras tienen el mismo efecto de una recta a 105 millas por hora pegada a los codos de los bateadores en el juego de pelota.

Caminamos sus calles, las del centro de la urbe capitalina donde se concentran las principales acciones constructivas por estos días previos al 26 de julio, y también nos metimos en el campo, donde el sol empapa rostros y a la vez seca la tierra que debiera parir más alimentos.

Conversamos con su gente, sencilla, de a pie, en colas, expectantes; unos más optimistas que otros; pero casi todos auténticamente cubanos, que solo quieren vivir mejor y comparten siempre una sonrisa muy criolla.

Ciego de Ávila es una Cuba en formato pequeño. Tiene de todo un poco. Ahora vive un movimiento constructivo inusual, propio de una celebración que en la isla toda es un acto de fe y confianza en su historia.

La osadía de Fidel y la generación del centenario martiano el 26 de julio de 1953 merece siempre una renovación en los cimientos de los edificios y en los valores simbólicos que sustentan esta obra que se llama Revolución Cubana.

En el Teatro Principal el ajetreo es doble. Quieren celebrar allí la gala previa a la conmemoración moncadista. Llevaba años con el cerrojo en las puertas y los avileños añorando los tiempos en que por su escenario pasaban excelsos espectáculos culturales.

Igual sucede en el bulevar: cemento, arena, sudor, pintura, carteles, banderas; la gente sigue caminando, los mercaderes ofrecen de todo lo humano y divino, con precios más divinos que humanos… Es la Cuba de estos tiempos.

Fuera del perímetro citadino también hay vida, sueños, esperanza, trabajo. Gente que se crece sobre sí misma, que juntan fuerzas y crean riquezas para sí y la sociedad.

Los campesinos de Ciego de Ávila madrugan en el surco, miran de reojo al cielo límpido y mascullan una mueca. Quieren lluvia. La necesitan. Sin embargo, ponen conocimiento científico y empírico para preñar la tierra y que tenga un parto sano y pródigo.

Quizá sea menos que si alguien allá arriba “ordeña” las nubes, pero siempre será producción bienvenida, alimentos para paliar necesidades de un pueblo que diariamente también “ordeña” sus bolsillos para asegurar lo indispensable en la mesa.

Queda menos para el 26. Los avileños saben que ese será un día especial, con Cuba entera en su plaza; el día de un abrazo grande que una los extremos de la isla.

Pero saben, además, que lo mejor no es dormirse con el traje de gala de esas horas. Lo mejor, avileños, es seguir construyendo, desafiando muros y trochas. Ganando el juego por una vida decorosa con el mismo optimismo con que sus Tigres alzaron la corona en la pasada Liga Élite del Béisbol Cubano cuando muchos los daban por muertos antes de empezar el campeonato.

En poco más de dos días vi a Cuba en formato pequeño, pero segura de sí. Creciéndose y amando. Empinándose.

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