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Cuarenta y nueve años de dolor no bastan

El sol brillaba con intensidad, la alegría colmaba los rostros de aquellos retoños en flor. Jóvenes todos pletóricos de vida, de amor y de esperanza. Refulgentes medallas destellaban en sus pechos, adornos ganados por el empeño y la lealtad a la Patria. Sus noveles voces alzaban al viento y fervorosos cantos anunciaban el pronto regreso.

Otros once hermanos llenos de ilusión, conocerían a Cuba, la Isla redentora, ejemplo de heroísmo, vergüenza y dignidad, aprenderían a quererla, amarla y respetarla. Cinco coreanos completaban la valiosa carga humana.

En una paloma blanca surcaban el océano que los separaba de la tierra anhelada. Allí eran esperados con ansias, cariño y devoción, más oscuros nubarrones se adueñaron del tiempo.

La ferocidad y la saña prevalecieron entonces. En el ave herida reinaba el temor, la desesperación, el desconsuelo. Asomaban los rostros de asombro y de miedo, una frase retumbó en el instante.

Era el desgarrador testimonio del crimen cometido. La muerte sonrió satisfecha y con su manto negro ensordeció el espacio. Quedaban atrás para siempre la alegría, los sueños y las muchas esperanzas de tantas vidas inocentes.

En la negra conciencia de los terroristas Orlando Bosch, Luis Posada Carriles, Freddy Lugo y Hernán Ricardo, recayó tamaño crimen. Ellos y la Central de Inteligencia Americana (CIA) fueron los culpables de tantos gritos e inconsolables llantos.

Pero Cuba enardecida se mantiene firme y en su memoria continúa abrazando a aquellos campeones de la dignidad, a quienes arrebataron la existencia y sus futuros triunfos, pero que hoy brillan en el honroso Olimpo de los mártires de la Patria.

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