A los cinco años del deceso de Pedro García Espinosa, recordamos la obra de quien condujo o colaboró en la dirección artística de célebres películas cubanas
Del conocimiento estético, la sensibilidad artística, la capacidad de investigación y el talento del director de arte de una obra cinematográfica dependerán sobremanera la prestancia visual, el acierto escenográfico, el rigor factual y hasta la selección de los elementos de diversa índole que estarán dentro del encuadre.
Se trata de una figura esencial, quien trabaja mancomunadamente con el director del filme, su responsable de fotografía y de las áreas de escenografía, maquillaje, vestuario, ambientación y utilería.
Resultan inherentes y necesarios en todo trabajo fílmico, aunque hay determinado cine, como el de época, cuyas reconstrucciones tienen en los directores artísticos y sus equipos a sus arquitectos centrales, al ser los máximos responsables de concretar la idea artística de la puesta en pantalla con un grado de detalle y verosimilitud que demanda niveles exhaustivos de estudio.
No obstante constituir una figura que, al menos revestida de ese nombre (director de arte), llega tarde a la pantalla cubana, nuestro cine se ha beneficiado de notables creadores en semejante campo.
Uno de ellos es Pedro García Espinosa, de cuyo deceso se cumplieron cinco años este 14 de agosto. Falleció en La Habana, la ciudad donde también nació el 20 de septiembre de 1931.
Su obra se aprecia en películas –en las cuales, o bien encabezó o bien colaboró en la dirección artística– realizadas por Tomás Gutiérrez Alea, Humberto Solás, Manuel Octavio Gómez, José Massip, Enrique Pineda Barnet, Ugo Ulive, Armand Gatti, Fernando Birri y Miguel Littín, entre otros cineastas.
El miembro fundador del Icaic, licenciado en Historia del Arte, poseía las premisas gnoseológicas para ser el destacado director de arte que fue: estudió pintura en San Alejandro; además de Escenografía en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma y en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos de París.
Tras su breve etapa italiana, cuando compartió labor o recibió instrucción de relevantes escenógrafos peninsulares, Pedro ve su crédito –por vez primera en el largometraje cubano de ficción revolucionario– en la cinta El joven rebelde, dirigida por su hermano, Julio García Espinosa, en 1961.
Cinco años antes, el integrante de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo había concebido los elementos escenográficos del legendario corto El Mégano. Y en el propio 1961 prestó sus servicios en el mediometraje Realengo 18.
El también artista visual (son más de 300 las obras de distintos formatos y técnicas a su haber); profesor; escritor y asesor de cine, radio y televisión, desarrolló una abarcadora trayectoria en la pantalla nacional, al intervenir en más de 30 producciones de ficción y documentales.
Su impronta quedó en títulos inolvidables del séptimo arte insular, a la manera, entre otros, de Aventuras de Juan Quinquín, Lucía, La primera carga al machete, Los días del agua, Una pelea cubana contra los demonios, Mella, La última cena, Cecilia, Amada, y Reina y Rey, su última película de ficción; como la del inicio, fue dirigida por su hermano, Julio García Espinosa.
El autor del libro Memorias de un director de arte (Ediciones Icaic), cuya labor también extendió, asimismo, al teatro y a la teleficción, ostentó, entre sus reconocimientos, la Medalla por la Cultura Nacional.
Las actuales generaciones de espectadores y realizadores cubanos tienen en Pedro un referente de compromiso, entrega y una exquisita sensibilidad artística, alguien quien amó y defendió al cine nacional, varios de cuyos más célebres fotogramas poseen su huella.