Hace 20 años, partió Noel Nicola; detrás nos dejaba muchas razones-canciones para estar vivos, simplemente
La industria del entretenimiento, poderosa, omnipresente, apuesta por la homogeneidad: que veamos hermosos los mismos tipos de cuerpos o rostros, que nos guste la misma música e, incluso, que reaccionemos airados o eufóricos ante las mismas cosas, pero sin pasarnos ni que nos dure demasiado. Todo rápido, todo efímero. Hay que ser de cartón piedra, sin muchas reflexiones.
Por eso, la cultura genuina es peligrosa; por eso, la belleza real es combustible: lo que estremece nos hace pensar, nadar contracorriente. Hacen falta antídotos, para que no nos enturbien la vista y el juicio, tanto producto enlatado, sin alma.
Cada cual debe hacerse de los suyos, pero me atrevo a recomendar uno infalible: 37 canciones de Noel Nicola (Estudios Ojalá y SGAE, 2007); un disco en el que muchos músicos se unieron para interpretar la selección de sus temas; 20 de los cuales escogió el propio Noel.
Es imposible escuchar una obra así sin sentir amor por el mundo, sin pasar de la alegría a la nostalgia, sin que los ojos se humedezcan, y se sientan ganas de ser y hacer, que es más que existir. Y, a la vez, sin que volvamos a admirarnos de la profundidad del legado de Noel Jorge Nicola Reyes (Santa Clara, 7 de octubre de 1946-La Habana, 7 de agosto de 2005), dentro de la cancionística cubana.
Como ha apuntado Silvio Rodríguez, se trata de una obra artística ejemplarmente diversa y personal, de «canciones que les seguirán hasta los sueños; canciones que les esperarán cuando abran los ojos y que andarán con ustedes cuando vayan camino a sus quehaceres. Aquí verán a un hombre amando con intensidad y al mismo hombre combatiendo la muerte, el machismo, la burocracia, el oportunismo, la indolencia.
«Aquí tendrán un atisbo del artista que descubrió a César Vallejo y lo cantó como nadie. Aquí conocerán a un practicante de todos los estilos de la música cubana, y a un explorador de muchos aires universales. Aquí sabrán de elegías, preguntas, deseos; de compromisos a veces directos y otras sutiles, y de un sentido ético de profundo calado revolucionario».
Y añade: «En estas canciones hay un hombre pidiendo que lo amen como es y no como se espera que sea. Aquí, en resumen, verán a un niño tiernamente asustado de las dimensiones del amor que asume».
Noel Nicola, nacido en una familia de músicos, es una de las figuras centrales del Movimiento de la Nueva Trova. No solo estuvo junto a Silvio y a Pablo Milanés en aquel concierto inaugural del 18 de febrero de 1968, en la sala Che Guevara, de Casa de las Américas; y fue uno de los integrantes del Grupo de Experimentación Sonora del Icaic; sino que también sacrificó tiempo de su creación personal para dirigir, durante varios años, el Movimiento, buscó nuevos talentos, organizó festivales y encuentros…
Sobre lo que los unía entonces, dijo: «… nos sentíamos “distintos” a lo que ocurría en el terreno de la canción y nos identificábamos, por lo tanto, unos en los otros. Esto lleva a la cohesión casi forzosamente. La identidad en los planteamientos artísticos, formales, de la función del arte. Éramos un grupo de jóvenes revolucionarios que escogieron la canción como una manera de trabajar, de incidir sobre la sociedad».
De carácter fuerte y una resistencia que contrastaba con su apariencia frágil, Noel era dueño de una voz fuerte, capacitada para las notas altas y los agudos –como reconocían los trovadores contemporáneos–; el sonido de su guitarra era depurado, y sus composiciones, plenas de contrastes.
Y estaba también la poesía, en la letra y en la canción, como un todo. Valga citar los versos de una de las más conocidas: Lo que no te perdono / es haberme besado con tanta alevosía. / Tengo testigos: un perro, la madrugada, el frío, / y eso sí que no te lo perdono, / pues si te lo perdono, seguro que lo olvido (Es más, te perdono).
De entre su caudal de grandes canciones, podemos recordar: Laura, milonga y lejanía; Ámame, así como soy; Yo no te escogí, Para una imaginaria María del Carmen, Comienzo el día, Ya están las semillas, Pasión y prejuicio, Llueve en agosto de 1981… Son muchas. Sin hacer ruido, el «tranquilo» de la Nueva Trova construyó una obra inmortal.
Gracias a eso, podemos decir, a la par de aquel Trovador sin suerte suyo: Pero me queda mi canción / –aun así me queda mi canción– / a pesar de mi mala suerte. / Y esa es una buena razón / –una magnífica razón– / para estar vivo simplemente. / Para sentir, para soñar / y amar.