No fue solo su condición de madre de luchadores anticolonialistas lo que le deparó a Mariana Grajales un lugar en la historia; fue también transgresora de los cánones que la sociedad impuso a las mujeres como ella
Hace justo hoy 210 años, a Cuba le nació una de sus hijas más ilustres: Mariana Grajales Cuello, la Madre de la Patria.
Fruto del matrimonio del dominicano José Grajales Matos y la santiaguera Teresa Cuello Zayas, recibió una educación basada en normas éticas y de comportamiento social, que proyectó a sus hijos, tales como la valentía, la honestidad, el patriotismo, la disciplina, la honradez, la solidaridad, la lealtad incondicional a la familia y a la causa libertaria. Ninguno de los hijos vaciló ante el enemigo, ninguno fue traidor.
El 21 de marzo de 1831, a los 16 años, se casó con Fructuoso de los Santos Regüeiferos Hechavarría, con quien tuvo tres hijos: Felipe, Manuel y Fermín. Luego de una relación sentimental de la cual nació su hijo natural, Justo Germán, después de varios años de convivencia se casó con el santiaguero Marcos Maceo, el 6 de julio de 1851, y de esta unión nacieron diez vástagos: Antonio de la Caridad, María Baldomera, José Marcelino, Rafael, Miguel, Julio, Dominga de la Calzada, José Tomás, Marcos y María Dolores Maceo Grajales, esta última fallecida 15 días después de nacida.
Cuando Mariana y Marcos se unieron, ella enfrentaba la crianza de cuatro hijos muy joven y sola, en una sociedad patriarcal y discriminatoria de las mujeres por su color de la piel y el sexo. Necesitó mucha energía, valor y ternura maternal para erigirse en «el alma y dirección de aquel hogar».
Como los hombres de la familia, ella también experimentó un proceso de formación y crecimiento patrióticos, manifestados en su complicidad con las actividades conspirativas de su esposo e hijos en la Junta de Majaguabo, y en la posterior actuación ante la llegada de las fuerzas mambisas a su hogar. Al incorporar a sus hijos mayores a la guerra de independencia, a todos los hizo jurar, ante Cristo, que lucharían hasta morir. Poco después, marchó a la manigua, junto a los suyos.
Como parte de la retaguardia, cumplió tareas muy útiles relacionadas con la atención a heridos y enfermos en los hospitales de sangre instalados en sitios intrincados del monte, en viviendas rústicas hechas con tablas de palma, yagua, techo de guano y piso de tierra; con camas de cuje y fibra vegetal o hamacas para dormir, expuesta al frío, a la desnudez, a la lluvia y hasta al embate de huracanes y otros eventos climatológicos que ensanchaban los ríos y arroyos, enturbiaban sus aguas, y comía lo que la naturaleza proveía.
En la manigua aplicó los conocimientos sobre medicina natural que, con seguridad, conoció por tradición familiar: la pulpa de güira cimarrona con miel de abejas para heridas y contusiones; el zumo de romerillo como cicatrizante; la penca de maguey machacada para contener la hemorragia, entre otros.
Fernando Figueredo refirió el cariño y el esmero con que atendía a los compañeros: «Su hogar era el Hospital de la Patria. ¡Cuántas lágrimas supo enjugar aquella sublime matrona! Con cuánto cariño, y con cuánta solicitud recibían en su casa al herido o al enfermo […] Los heridos solicitaban ser cuidados por familia tan caritativa».
No obstante las dificultades, Mariana se mantuvo en la manigua durante toda la Guerra de los Diez Años, en permanente movimiento por el territorio insurrecto en el Oriente cubano y parte de Camagüey, en campañas como la Invasión a Guantánamo, entre 1871 y 1872, muy cerca de los sitios donde sus hijos combatían, haciendo las mismas jornadas del Ejército Libertador, en ocasiones acurrucada en un agujero de la tierra, acosada por un enemigo que se ensañaba en reprimir a mujeres y a niños familiares de los insurgentes.
Así enfrentó la caída de varios seres queridos. El primero fue Justo, fusilado en noviembre de 1868. En abril de 1869, el compañero de la vida e ideales fue herido gravemente, en la acción de San Agustín de Aguarás. Se cuenta que, antes de morir meses más tarde, expresó: «He cumplido con Mariana».
Luego cayó Julio, el 12 de diciembre de 1870, de 16 años, en el combate de Nuevo Mundo; Miguel, en abril de 1874, por las heridas en la toma del fuerte de Cascorro; y Fermín, en fecha no precisada. Lejos de amilanarse, creció en toda su estatura moral, para ocupar la dirección de la familia y estimular a los más pequeños a crecerse y tomar el puesto del hermano.
El desgaste de la guerra, las agudas contradicciones internas dentro de las filas mambisas, y la política pacifista del general español Arsenio Martínez Campos, condujeron a un resquebrajamiento de la disciplina y la moral del Ejército cubano, que concluyó con la firma del Pacto del Zanjón, el 10 de febrero de 1878. Pero en el centro y sur de la zona oriental, a las órdenes de Antonio Maceo, la revolución se mantenía activa sobre las armas.
La anotación del Generalísimo en su Diario de Campaña, el 19 de febrero de 1878, tras su visita a la familia del General Antonio, en Piloto, evidencia el impacto de la paz sin independencia ni libertad para los esclavos: «Fue una de esas noches tristes para mí metido entre todas aquellas mujeres tan patriotas […] Allí no se durmió esa noche, la pasamos, en tristes comentarios».
Mariana no partió hacia Jamaica en mayo de 1878, junto con su nuera María Cabrales. Existen evidencias de que permaneció en Santiago de Cuba, por lo menos hasta finales de 1878 o inicios de 1879, cuestión poco conocida y que pone de manifiesto la responsabilidad con que asumió la dirección de la familia.
Su falta de instrucción no le impidió reclamar las propiedades embargadas por las autoridades españolas; buscó los mecanismos legales para la recuperación y protección de su patrimonio.
A Jamaica llegó por decisión familiar, ante la imposibilidad de continuar la lucha en Cuba, y no como desterrada, como se asegura. Allí encontró compatriotas para quienes la heroína era conocida, al menos por referencias. Se continuaba conjurando contra España, y convirtieron esa isla en un importante punto de contacto y de conspiraciones durante la Tregua Fecunda.
En el exilio no se amilanó, a pesar del sufrimiento de tener a sus hijos y a familiares dispersos por el Caribe y Centroamérica, asediados por sus ideas políticas. Apoyó los planes de incorporación de Antonio y Marcos a la Guerra Chiquita, y los posteriores movimientos revolucionarios. No flaqueó ante los intentos de asesinato de Antonio ni por el ensañamiento del Gobierno español contra José, Rafael y Felipe, apresados y conducidos por la fuerza a cárceles españolas, sometidos a torturas sicológicas, para doblegarlos.
En este contexto, resultó muy significativa la visita de José Martí a Mariana Grajales y a María Cabrales, el 12 de octubre de 1892. Martí tuvo la oportunidad de corroborar lo dicho sobre las patriotas. La imagen superó sus expectativas, y en carta al General Maceo, el 25 de mayo de 1893, aseguró que la querida viejecita era: «una de las mujeres que más ha movido mi corazón»; palabras que constituyeron el preámbulo de los artículos que luego escribió para Patria.
El 27 de noviembre de 1893 se apagó la vida de la heroína, sin haber logrado su más ansiado anhelo: la independencia de Cuba. Su muerte conmocionó a la emigración cubana y motivó no pocas expresiones de consternación, entre ellas, la del General José María Rodríguez, quien consideró: «Pocas matronas producirá Cuba de tanto mérito y ninguna de más virtudes».
José Martí, en gesto sublime, dedicó dos semblanzas que son retratos. En Mariana Maceo destacó los valores de esta extraordinaria cubana, cuyo estoicismo fue un acicate para quienes peleaban contra el régimen colonial, y refirió pasajes anecdóticos en los cuales resaltó su abnegada labor en los hospitales de sangre, su firmeza de carácter para soportar las vicisitudes de la vida en campaña, y la ternura que emanó de ella.
Por su parte, en La Madre de los Maceo, ratificó lo que representó la ilustre matrona para su pueblo: «¿Qué había en esa mujer, qué epopeya y misterio había en esa humilde mujer, qué santidad y unción hubo en su seno de madre, qué decoro y grandeza hubo en su sencilla vida, que cuando se escribe de ella es como de la raíz del alma?».
Casi 30 años después, los restos de Mariana Grajales fueron trasladados a su ciudad natal y, en multitudinaria manifestación popular, inhumada en el cementerio Santa Ifigenia. Hoy descansan en el Altar de la Patria, junto a otros tres fundadores: Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria; el Héroe Nacional José Martí; y el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, quien bautizó con su nombre el aguerrido pelotón femenino creado en 1958, en la Sierra Maestra.
Mariana supo crecerse ante las dificultades y prejuicios de su época, para erguirse como símbolo imperecedero de rebeldía y consagración femenina por la causa revolucionaria.
Pero no fue solo su condición de madre de luchadores anticolonialistas lo que le deparó un lugar en la historia; fue transgresora también de los cánones que la sociedad impuso a las mujeres como ella.
Mariana se multiplicó en los numerosos clubes del Partido Revolucionario Cubano formados en la emigración; en las mujeres que se desempeñaron como agentes, enfermeras y soldados de fila en la Guerra del 95; en las que lucharon por reivindicaciones para la mujer en la República; en las que combatieron contra la tiranía de Fulgencio Batista; y en todas las que, fieles a su legado, han sido consecuentes con sus principios.
*Profesora titular de la Universidad de Oriente