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Foto: Autorretrato de Menocal / Photo: Menocal's self-portrait

Los lienzos de un mambí

¿Cómo hubiese sido vivir un día en la Cuba de finales del siglo xix? Nunca lo sabremos de primera mano, y como los viajes al pasado todavía pertenecen a la ficción, a los apasionados por la historia de otras épocas nos queda el consuelo de consultar la literatura y obras de arte que otros, hijos de su tiempo, legaron a la posteridad.

Para conocer la visualidad de los últimos años de aquella centuria, podemos acudir a una de las exposiciones permanentes de la colección de arte cubano, del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA): Cambio de Siglo (1894-1927); una muestra artística que considera al pintor Armando García Menocal como pionero de los avances de la plástica cubana del periodo.

Descendiente de una reconocida familia, nació en La Habana, el 8 de julio de 1863; y matriculó en la Academia de Bellas Artes San Alejandro, bajo la tutela del pintor Miguel Melero, para luego continuar sus estudios en Madrid, donde alcanzó su primer reconocimiento.

En los ambientes culturales de la península ibérica coincidió con el maestro Joaquín Sorolla, el artista más exitoso del impresionismo español, con el cual le unió una fraternal amistad; de tal magnitud, que el único objeto artístico que mantuvo en su dormitorio personal fue una obra suya.

De regreso a Cuba, Menocal era uno de los pintores favoritos de la sociedad habanera y sus obras compitieron, favorablemente, con las de otros pintores. Sus primeras creaciones denotaron su preferencia por los paisajes, tema que abordó a lo largo de toda su carrera, y a los cuales dotó de una lograda luminosidad y frescura, como expresión de cubanía.

Afirma el Catálogo de Arte Cubano del MNBA que, «por entonces el pintor era un hombre de 30 años lleno de inquietudes y un sinfín de nuevas ideas (…) Pero las circunstancias de la época y sus propios ideales independentistas le obligaron a detener dichos proyectos y en 1895 abandonó el artista su paleta / y fue a luchar, lo mismo que un atleta / vistiendo el uniforme de soldado».

Comprometido con la causa independentista en la Guerra Necesaria –contienda en la que alcanzó los grados de Comandante–, esa etapa de su vida inspiró obras como La muerte del General Antonio Maceo (1908), a quien admiró profundamente.

Al finalizar la centuria, era un afamado retratista de moda, y sus lienzos llegaron hasta el Aula Magna de la Universidad de La Habana e, incluso, a los salones del antiguo Palacio Presidencial.

A la par de su obra artística, ejerció de docente en San Alejandro y pintó hasta el día de su muerte, el 28 de septiembre de 1942. Durante toda su vida activa, el equilibrado manejo de la luz, con influencias impresionistas, la fuerza del color y el cuidado de los detalles fueron algunas de las pautas estéticas que marcaron su trayectoria.

Téngase cuidado al contemplar su obra –y no en el mal sentido–, pues se corre el riesgo grato de que las facultades expresivas y el luminismo en los lienzos de aquel mambí nos transporten, por momentos, a las sutilezas de esa Cuba «entresiglos», que permanece en la majestuosidad de sus trazos.

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